viernes, 13 de noviembre de 2009

Marcelino Sanz de Sautuola - (Final)

Epílogo - (Final)


Algunos apuntes sobre algunos objetos prehistóricos
de la provincia de Santander

En 1879 Sautuola buscaba el Paleolítico allí donde podía estar: en las cuevas, en su suelo y subsuelo [p. 3]. Volvió a la de Altamira y, con rigor y precisión, describió todo lo sus­tancial. Entre el hallazgo casual de una cueva con pinturas y el descubrimiento científico del gran Arte Paleolítico de las cavernas media el análisis racional y su modélica publi­cación. Reconoció Sautuola la diferente morfología y accesibilidad de la cueva durante la Prehistoria y en la actualidad [p. 11]; una vez situado dentro, la describió por tramos anotando sus magnitudes y características principales, y lo hizo desde el exterior hacia el interior, al contrario que los geólogos, creando el modelo seguido desde entonces. Mas que excavar, debió remover la superficie del área vestibular, donde encon­tró restos de la fauna que sirvió de alimento a sus moradores , (huesos de grandes herbívoros, conchas que cataloga bien como Patella) e instrumentos de piedra y hueso (puntas de azagaya de sílex y hueso, agujas, colgantes...), pero señalan­do la ausencia de cerámica [dato que reitera en p. 15]. Com­paró alguno de aquellos objetos con los que «usan aún hoy algunas tribus muy atrasadas en el camino de la civilización» [p. 13]. Se trata de una exquisita y precisa definición de quie­nes eran habitualmente llamados y calificados peyorativa­mente como «salvajes» por pertenecer a culturas no urbanas ni industriales, término que hoy se considera una descalifi­cación moral inaceptable. Inicia a continuación la descripción de las pinturas y di­bujos de toda la cueva desde el exterior hacia el interior, haciendo un especial hincapié en las que se encontraban en el gran techo de la primera sala: las pinturas policromas. A partir de la Histoire naturelle, générale et particulière del Conde De Buffón, identificó con el bisonte europeo, prácti­camente extinguido, la especie animal representada [p. 15]; anotó el número de figuras; las medidas de las más destaca­das y la diversidad de las posturas. Abordaba a continuación el análisis de la técnica artística: «su autor estaba práctico en hacerlas [...] cada rasgo se hacía de un golpe» [p. 16]; la dificultad de su ejecución; la posible incidencia de la luz natural considerando la morfología original de la cueva -algo muy importante y que ha sido tenido en cuenta a la hora de realizar la reproducción facsímil de la cueva en el Museo de Altamira- y el necesario uso de iluminación artificial; el aprovechamiento de los relieves naturales de la roca para construir las figuras, que es actualmente una línea de inves­tigación en la interpretación del arte paleolítico, para con­cluir que «su autor no carecía de instinto artístico» [p. 17]. Esta última afirmación es muy notable si tenemos en cuenta las características formales de la plástica dominante en la época en que esto se escribe. Cierto academicismo caduco, el realismo (social o de tema histórico) o el virtuo­sismo de Mariano Fortuny no facilitaban tal afirmación, que sólo puede explicarse por la apertura intelectual, la cultura y la falta de prejuicios de Sautuola. Téngase en cuenta tam­bién que la exposición de los impresionistas de París había tenido lugar poco antes, en 1874, o que Auguste Rodin no alcanzaría su gran notoriedad hasta 1880. Compárese con la afirmación del experto y director de la Calcografía Nacional E. Lemus y Olmo. Éste, en la polémica siguiente a la publi­cación de los Breves apuntes afirmó que las figuras eran «la obra de un mediano discípulo del arte moderno que no sabe fingir ni conoce el prehistórico: parece que quisieron simular éste y [...] se valieron del menos apto para ello»[6]. En la valoración final Sautuola anota el hallazgo de ocre rojo en el yacimiento arqueológico, lo que relaciona con la ejecución de las pinturas [p. 21]. Comparaba éstas con los pequeños objetos grabados y esculpidos con figuras de ani­males del arte mueble, con los que había visto personalmen­te en Francia y con los ya conocidos y publicados en las obras de Lubbock y Vilanova[7], haciendo la siguiente reflexión: «no será venturado admitir que si en aquella época se hacían reproducciones tan perfectas, grabándolas sobre cuerpos duros, no hay motivo fundado para negar en absoluto que las pinturas de que se trata tengan también una procedencia tan antigua» [p. 22]. El gran descubrimiento de Sautuola reside en su conclusión, fundamentada en el conocimiento científi­co a través de la bibliografía y en el análisis metódico de lo observado, de que las pinturas pertenecían «sin género algu­no de duda a la época denominada con el nombre de paleolí­tica», usando un término específico de reciente implanta­ción (no es casual que anotara la ausencia de cerámicas, ya comentada). También se preocupó Sautuola por la conservación de las pinturas «adoptando las medidas oportunas» [p. 24]: instaló a sus expensas una puerta, con llave, en la cueva e instó al Ayuntamiento de Santillana del Mar a custodiarla con sus medios y personal, lo que así hizo hasta la creación de la Comisión de Administración y Exploración de la Cueva de Altamira, que ahora consideramos antecedente del actual Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira y de su Patronato.

UNA LARGA POLÉMICA


El que publicara simultáneamente, en el mismo folleto, otras cuevas por él investigadas indica que debió darse perfecta cuenta de la trascendencia que Altamira iba a tener, y de las dificultades que iba a haber para su aceptación y reco-nocimiento general. Allí había cerca de treinta grandes figuras policromas, alguna a tamaño natural, y muchos otrosdibujos pertenecientes a la primera humanidad. Altamira no era un hecho aislado: la presencia humana en Cantabria, desde el Paleolítico, se documentaba en varias cuevas, por primera vez, merced a su tenaz interés.
Fue el geólogo Juan Vilanova y Piera, catedrático de la Universidad de Madrid, en quien buscó asesoramiento Sautuola, y quien asumió presentar, con distinta intensidad y nulo éxito, el descubrimiento en congresos de Prehistoria en Portugal, Alemania, Francia, España, y en distintas conferencias y reuniones científicas en España, pero la sorprendente aportación científica fue rechazada.
La polémica más dura, irracional y con tintes de encono personal, la planteó el erudito regional Ángel de los Ríos en la prensa cántabra. Su radical postura constituye el reflejo del talante conservador de cierto tipo de «sabios» que, como él, integraban erudición y creencias religiosas. Esta polémica abonó el campo de la maledicencia y los rumores de falsificación ensombrecieron el descubrimiento. Se responsabilizaba del hecho a un pintor mudo de nacionalidad francesa llamado Paul Ratier a quien Sautuola había encargado realizar una copia de las pinturas [expuesta ahora en el Museo de Altamira, y quizá modelo para la Lámina 3.a] y que frecuentó, por tanto, la caverna.
Fuera de Cantabria, un informe redactado por miembros de la prestigiosa Institución Libre de Enseñanza sería de nuevo negativo al carácter prehistórico del arte de Altamira. Incapaces de conjugar su condición de evolucionistas con la calidad conceptual y técnica y con la antigüedad atribuida por Sautuola, concluyeron que las pinturas habían sido reali-zadas por soldados romanos refugiados en el interior de la cueva durante las guerras cántabras (
29-19 a.C.) [8]. Los debates en la Sociedad Española de Historia Natural también concluyeron negándose su antigüedad (ya hemos comentado la decisiva intervención de E. Lemus).
En Francia, donde se concentraban los más reputados prehistoriadores, la reacción ante el descubrimiento y ante el folleto que lo transmitía osciló entre la prudencia y el d
esprecio. ¿Por qué sucedió esto? Todo pareció excesivo: la antigüedad, las magnitudes, el estado de conservación y la calidad artística de aquellas pinturas. Sucedió demasiado pronto, no estaba previs¬to. Sólo Sautuola y Vilanova en España y el francés H. Martin (en una carta dirigida a Sautuola,[9] pero nunca públicamente) fueron capaces de admitir una pinturas paleolíticas, las de Altamira, muchos años antes de que se conocieran otras semejantes. Emile Cartailhac (el más preeminente prehistoriador de la época) envió al paleontólogo E. Harlé para realizar un dictamen sobre las pinturas. Concluyó éste, tras un minucioso análisis que, si bien el yacimiento arqueológico correspondía sin duda al Paleolítico, las pinturas eran de realización moderna. A partir de entonces se omitió en las publicaciones científicas toda referencia a las pinturas de Altamira. El tema estaba zanjado y, en consecuencia, la obra maestra del primer Arte fue condenada al ostracismo durante más de veinte años.


EL RECONOCIMIENTO DE ALTAMIRA Y DE SAUTUOLA


El descubrimiento y publicación de varias cuevas con arte en el sur de Francia como las de La Mouthe (1895), Pair-non-Pair (1896) y, posteriormente, Les Combarelles y Font-de-Gaume (1901), cuyo arte era ya notable, acababa con todo margen razonable de duda. En 1902 Cartailhac, se vio obligado a publicar -con alguna humildad- un artículo titulado «Les cavernes ornees de dessins, La grotte dAltamira (Espagne). Mea culpa d'un sceptique». En éste reconocía haber participado «de un error, cometido hace veinte años,, de una injusticia que es preciso reconocer y reparar públicamente [...] Es necesario inclinarse ante la realidad y, en lo que a mí respecta, debo hacer justicia a M. de Sautuola». Pero lo cierto es que este reconocimiento no le llegó: había fallecido en 1888. Aquel año de 1902 Cartailhac y el joven Abate Breuil visitaban por primera vez la cavidad y se presentaban a María Sanz de Sautuola, la que siendo niña había sido la primera en ver las figuras policromas. A ellos se debe la primera gran monografía dedicada al Arte paleolítico, la dedicada a Altamira y publicada con el patrocinio del príncipe Alberto I de Monaco. Sautuola fue, durante años, la única persona que no dudaba, que sabía sin duda alguna que aquellas pinturas pertenecían al Paleolítico, a lo que entonces eran los inicios de la humanidad. Las reacciones contrarias no debieron sorprenderle; sí le molestó la descalificación, que no crítica razonarazonada, en la prensa local que ya hemos comentado. El que intuyera esas reacciones de escepticismo y rechazo quizás explique la modestia formal e insistente con la que sazona los Breves apuntes: «me resolví a practicar algunas investigaciones en esta provincia, que ya que no tuvieran valor científico, como hechas por un mero aficionado, desprovisto de los conocimientos necesarios» [p. 3]; «Quédese, pues, para otras personas mas ilustradas el hacer un estudio concienzu-do sobre los datos que a la ligera dejo mencionados» [p. 24].
Frente a esa cortés e innecesaria modestia, el despliegue de método analítico y riguroso ante el hallazgo, su documentación bibliográfica y su saber dónde buscar la información necesaria le permitieron transformar un hallazgo casual en un descubrimiento científico de primera magnitud, y situarle por encima de polémicas que resultaron estériles con sus paisanos y con los representantes del saber académico. Quizá comprendiera las dudas y prudencia de los científicos franceses y españoles ante el descubrimiento, pero debió sorprenderle y aun decepcionarle la desconfianza, ligereza y cierta dosis de soberbia con que reaccionaron.
Si bien a partir de entonces Altamira ocupa el lugar que le corresponde en la Historia del Arte y en la Prehistoria, no puede decirse lo mismo de su descubridor, Marcelino Sanz de Sautuola. En los primeros trabajos sobre Arte paleolítico se tiende a empañar su mérito -deducir científicamente que las pinturas de Altamira eran paleolíticas, y publicarlo- y su valor. Con cierta inercia arrastrada a partir de los libros de Cartailhac y de Breuil, se diluye la aportación de Sautuola trayendo a colación que en Francia se conocían otras cuevas con pinturas y grabados que ni se publican ni califican como paleolíticas hasta quince años después de que Sanz de Sautuola lo hiciera; o destacando los errores de J. Vilanova en la defensa de la tesis de su colega español; o la modestia formal de los Breves apuntes... que no es tal pues tienen la calidad habitual en la época y, tanto por su formato como por sus ilustraciones, está acorde con numerosas revistas y publicaciones científicas o técnicas coetáneas...
Esta injusta y -sobre todo- inexacta valoración perdura aún incomprensiblemente en alguna obra reciente donde se niega que Sautuola asignara al Paleolítico su importante hallazgo [13]. Las razones objetivas que explican esta circunstancia historiográfica pueden ser la insuficiente difusión y, principalmente, la lectura poco atenta o sesgada de los Breves apuntes, algo que esta nueva edición contribuirá a paliar.

* * *


Altamira modificó profundamente la visión que se tenía de la humanidad prehistórica. El reconocimiento de su gran Arte, del arte paleolítico, contribuyó decisivamente a elevar el estudio arqueológico de los objetos hasta el estudio de la cultura de los grupos humanos que los produjeron. Los Bre-ves apuntes de Marcelino Sanz de Sautuola son un preciado bien para un bibliófilo y un hito en la historiografía del Arte y la Prehistoria, y Altamira es un icono cultural universal.


1- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p. 193.
2- J. Lubbock, L'Homme Préhistorique, París, 1876, y la ya citada obra de J. Vilanova.
3- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p. 258 yss.
4- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p. 48.
5- E. Harlé, «La grotte d'Altamira, près de Santander, Espagne», en Matériaux pour l'Histoire Naturelle et Primitive de l'Homme, XVI, 1881, p. 82 y ss.
6- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p.193.
7- J. Lubbock, L´Homme Préhistorique, Paris, 1876, y ka ya citada obra de J. Vilanova.
8- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p. 258.
9- M. Sanz de Sautuola, Escritos y documentos, Santander, 1976, p. 48.
10- E. Harlé, "La grotte d'Altamira, près de Santander, Espagne", en Materiaux pour L´Historie Naturalle de L´Homme, XVI, 1881, p. 82 y ss.
11- «Les cavernes ornées de dessins. La grotte d'Altamira, Espagne. Mea culpa d'un sceptique», en L'Anthropologie, t. XIII, Paris, 1902, p. 348 y ss. Cita textual en p. 352.
12- E. Cartailhac y H. Breuil, La Caverne D'Altamira a Santillane près, Santander, Monaco, 1906.
13- Véase, por ejemplo: A. Leroy-Gourham, Préhistoire de l´art occidental, Paris, 1965, p. 30; Breuil, Quatre cents siècles d´Art parietal, Paris, 1974, p. 15, y M Groenen, Pour une histoire de la Préhistorie, Grenoble. 1994, p. 318.

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