sábado, 28 de abril de 2012

Bijan Mofid

Shahreh Ghesseh (1967)


Bijan Mofid (dramaturgo / director) fue uno de los pocos artistas iraníes cuya obra ha alcanzado más allá de la intelectualidad a una amplia audiencia general.


Nació en 1935 en Teherán. Después de enseñar durante varios años en la Universidad de Teherán, fundó el taller de teatro, donde muchos de los mejores actores de Irán recibieron su formación. Producción importante del taller de Bijan fue Shahreh Ghesse(ciudad de cuentos), una sátira profunda que teje comentario social a través de adaptaciones de la música tradicional y cuentos folclóricos. Inaugurado en el Festival de Artes de Shiraz en 1967 y recorrió por varios años antes de que fue adaptado en una película ganadora del premio.
Bijan trabajo como dramaturgo y director ha tenido una presencia continua y controvertido en el teatro iraní, tanto en la etapa popular y en las producciones experimentales. Nueve de sus obras han sido producidas, publicadas, y tenían sus canciones grabadas. Ha dirigido más de cincuenta producciones de radio y televisión, además de su trabajo en el escenario, sus raras apariciones como actor incluyen el papel principal en la aclamada producción Arbie Ovanesian de repente... en el 1992 Nancey International Theatre Festival..



Las grandes audiencias populares dibujados por el trabajo Mofid le valió un grado sin precedentes de la inmunidad de la censura. Pero su relación con el régimen del Sha consistió en un acto de equilibrio entre el acoso continuo de la policía secreta y la vergüenza de reconocimiento oficial y la reinterpretación de su obra.

Durante y después de la revolución, los grupos políticos en todo el espectro intentaron reclamar su trabajo como representante de sus ideales, pero permaneció independiente y retiró sus obras y producción cuando fue amenazada su integridad. A medida que crecía la resistencia al régimen islámico, grabaciones de canciones de sus obras fueron interpretadas en los tejados de Teherán, identificando Mofid con la oposición. Como resultado, vivió bajo tierra durante varios meses y finalmente escapó. Después de llegar a Estados Unidos en 1982 hasta su fallecimiento en 1984, Bijan dirigió varias producciones en Los Angeles, San Francisco y Nueva York, así como la primera producción de su propio trabajo en traducción; Dragonfly. Tomó estas oportunidades para reescribir algunos de sus trabajos que han padecido más fuertemente la censura en Irán.

Kaaveh.

viernes, 27 de abril de 2012

Piano



El británico Luke Titley, de la National Centre for Computer Animation, presitigiosa escuela del Reino Unido en composición, animación y programación, ha creado y dirigido este cortometraje de animación.


 

miércoles, 25 de abril de 2012

Yosemite range of light

Pasar este día.. ponderando los misterios de la selva como Shawn Reeder te lleva en un tour de lapso de tiempo del Parque Nacional Yosemite y la Sierra de los rangos. 



No importa cuántas precioso tiempo de los lapsos que has visto, puedes encontrar algo que debe ser deslumbrado...


Deseo que esto inspire a todos a salir y explorar al aire libre, hermosos lugares.. especialmente mágicos, como el Parque Nacional Yosemite y la Sierra Alta...

sábado, 21 de abril de 2012

El exceso como una de las bellas artes

No soy la persona mas indicada para presentar y charlar con vosotros acerca de la obra de Chuck Palahniuk...




 Cualquiera de los que me estáis escuchando se encuentra realmente más capacitado para acercarse a un texto que, de alguna manera, intente abordar una posible descripción de su obra.

Vosotros, que seguís con atención mis palabras, intentando acomodar las sensaciones que ha generado la lectura apasionada de sus novelas con mis propias sensaciones, sabéis perfectamente que el empeño es estéril y particularmente insultante, porque dichas sensaciones nunca serán coincidentes, y en el mejor de los casos, las mías, tan sólo equivocadas. 

Lo normal es que penséis que son estupideces propias de una persona con escasa formación, que exhibe de manera bochornosa una lectura apresurada y parcial de un autor realmente importante, que os fascina y apasiona, diferente a todos, por su brutalidad sincera y su ironía sangrante.

La lectura de Palahniuk, como leer a Bukowski, a Miller, a Céline, o a Gomez de la Serna, te identifica con él, te convierte en su cómplice, en su compañero. 

El resto de los lectores de Palahniuk no pueden entenderle, no pueden ni acercarse a esa esencia de la crueldad consciente y abusiva que destilan sus páginas. Un tipo como Palahniuk escribe, como mucho, para una o dos personas, seres extravagantes y únicos, más allá de esta sala y del Arco Iris, donde habitan los monstruos, y toda esta gente, apoltronada en el taburetillo de la FNAC, evidentemente, no le entiende, y mucho menos, el gordo de las gafas que esta sentado aquí delante.

Tailor Durden soy yo, pensáis, no ese patán gordo y gafapastoso que me mira fijamente, como un faisán sobrealimentado. 

Yo sí que sé cómo piensa ese tipo de Portland, aunque nunca haya estado allí. Siento lo que él siente, vivo lo que él vive. Esa es la esencia, precisamente, de la fuerza de Palahniuk. Su truco, su cebo. 

Sus novelas nos empujan más a sentir que a pensar, y de ahí, nos sacan de nuestras casillas y nos obligan a actuar, a comprometernos con sus ideas, con su violenta e incómoda manera de entender el mundo. Esa cosmovisión es exclusiva y está diseñada sólo para mí. 

No necesito a ningún gordo peliculero que me agobie con su presentación de mierda, pensáis, y debéis hacerlo, hacéis bien, queridos oyentes de charla en la FNAC, porque si no es así, no habéis entendido ni una maldita palabra de la obra salvaje e inabarcable de este autor poderoso y angustiosamente libre.

Por otro lado, y ahondando en la desagradable complicidad que genera compromiso en Palahniuk, tengo todo el derecho, yo, peliculero con problemas de obesidad y desmedida soberbia, pero sobre todo el deber, de presentarle hoy, aquí y ahora, para agravio y principalmente, escarnio propios.

Ninguno de nosotros da la sensación de ser demasiado real. Estoy hablando por boca de uno de los personajes de la novela. La realidad no es cosa segura en la obra de Palahniuk. Pero no por un cabeceo peligroso hacia la ficción, como le achacan algunos. No. Palahniuk desconfía de la realidad porque la conoce, y sabe que es una mala pécora, traidora y liante. Por eso puedo decir que me dirijo realmente a vosotros, oyentes.

Disculpad la confianza y que no os trate de usted. Espero que no os ofendáis, y que si lo hacéis, tenga, por favor, consecuencias. 

A esta distancia, y sobre esta tarima, puedo deciros que parecéis figuración, esa gente pagada por la FNAC para que este acto sea un éxito. Figuración mezclada con jubilación, y no precisamente de la jubilosa, sino de la adherida a la valla amarilla, la que observa y juzga cómo va la obra, la que se alimenta de juicios, de opiniones, la que dice "me gusta" y "no me gusta", permaneciendo estática, y nunca actúa. 

Nunca actúa en su infinita miseria, porque sabe que actuar es el principio del fin. Si actúas es que estás viviendo, y por lo tanto, puedes morir. Es mucho mejor y más cómodo, estar muerto de antemano. 

Ahora mismo valoráis mis palabras, y os hacéis muchas preguntas: ¿Se ha vuelto loco? Merece la pena golpearle, o sigo sentado tranquilamente? ¿Se callará de una vez? No habíamos venido a ver a Chuck? ¿Qué habrá hecho mi madre de cenar?

Tras estas palabras, quiero sentir vuestro odio. Quiero saber que las novelas de Palahniuk no son mero entretenimiento para todos vosotros, no son un juego de palabras, un name-dropping, como el mismo lo llama, que la lucha no es un juego, que estáis dispuestos a pegaros por defender con fuerza vuestro amor por Palahniuk, y que estáis deseando romperle la nariz al autor, al comentarista, que soy yo, y sobre todo, al encargado de programar esta sala de conferencias de la FNAC, que en este mismo instante se arrepiente de haberme llamado, de estar aquí, y de no formar parte de la audiencia jubilada. 

Si, amigos, reivindiquemos la lucha contra la tontería, la pelea a puñetazos contra el muermo de estar sentados y escuchar, y pasemos a la acción. Acabad con el comentarista. 

Eso busca, pretende y consigue Palahniuk. Sacarnos de nuestras casillas, enfurecernos. Y Dios le bendiga, porque desde hacía mucho tiempo, nadie había conseguido hacerlo. 

Vivir es una enfermedad, y la única manera de curarse es ponerse en pelotas, al desnudo, hacer el ridículo, zambullirse en el caos como si fuese una piscina vacía, y dejarte los dientes en los baldosines azules. Y sonreír, mientras tus piños decoran tu chaqueta.

No somos más que personajes secundarios en la vida de los demás, asegura Hazie Coogan, la asistenta de Katherine Kenton, pobre vejestorio relleno, como un bombón, de drogas y maquillaje, protagonista de la novela "al desnudo". 

Hazie miente, porque ella en realidad es la protagonista. En griego protagonista significa "el que más sufre", y ella en la novela, sin duda, se lleva la palma.

Hazie miente, como miente siempre Lillian Hellman, otro de los personajes de la novela. Una lista de los cojones casada con un enorme novelista, mentirosa y pesada profesional, transformando una y otra vez la realidad para que se adapte a su propia ficción.

Katherine Kenton ha tenido mil novios, diez mil amantes, actores, senadores, gays, senadores gays, todos decepcionantes en su infinita vulgaridad. pero detrás está Hazie, para sacarla de sus apuros. Como Gloria Swanson en Sunset Boulevard, Katherine vive gracias a su asistenta, un Stroheim bondadoso con una base de datos que te apabulla. Sabe todo, de todos y de todo. Hazie es el mismo Palahniuk, que coge estos personajes como excusa para hablar de lo que a él le interesa.

¿Y qué le interesa?

La degradación, la enfermedad y la muerte, y el ridículo que hacemos al negarla, al no saber hacerla frente. Sólo los que en su infinita miseria son capaces de mirar al dolor a la cara, sobreviven, y encuentran, por sorprendente que pueda parecer, un atisbo de dignidad. Sólo ellos consiguen no ser arrastrados por el name-dropping, angustioso y delirante que inunda la novela, una tempestad de nombres y personas incontrolable, pero desplegado con una soberbia paciencia, masticado uno a uno con delectación, saboreado en su podredumbre.

Nadie es real, todos somos nombres esparcidos en vuestra memoria, pasto de las Lillian Hellman del mundo, digeridos por el estómago absurdo de un Dios tremendamente cruel.

Disfrutad de encontraros desnudos frente a un autor que trasciende esta novela, y el mismo ejercicio de la literatura, para darnos una auténtica lección de vida. No podemos ser pasto de la enfermedad, no debemos convertirnos en nombres de una historia falsa contada por un idiota en una cena. Contemos nuestra historia, dice, Palahniuk, sin preocuparnos de si es realista o no, si se ajusta a lo que los demás quieren escuchar. 

El tiempo de hoy anuncia furia parcial con ataques ocasionales de rabia, dice. Que suenen nuestras mentiras como truenos, para acallar la maldita verborrea musical de nombres sin sentido, el name-dropping, esa lluvia incesante de personas muy serias que nos venden su mentira como una autentica realidad, encharcando nuestros cerebros con su húmeda estulticia. 

Como la protagonista de la novela, que no es la actriz, sino su simulacro, debemos lavarnos las manos y frotarnos con calma, con cuidado de sacarnos y rasparnos las palabras "pena" y "tragedia" que se nos han quedado remetidas entre las uñas.


sábado, 14 de abril de 2012

La estupidez "Historizada"

...o el proceso de occidentalismo

"El occidentalismo"



1.  la pérdida por nihilismo del occidente.

Hegel, Rosmini y Nietzsche

La inteligencia y la estupidez son propias del hombre en singular, pero también de épocas en que prevalece la una o la otra, a veces durante largos períodos y con varias gradaciones, según que se afirme el respeto por la inteligencia y los valores que ella revela, o la imitación de la estupidez. «Ser inteligentes» es frecuentemente el «existir» de pocos o hasta de uno sólo: su irradiación educa en los otros, cualesquiera que sean, la a sensibilidad propia de aquel plano de existencia, aunque cada uno comprende de él lo que puede; pero quienes se han formado o elevado a aquel nivel, por mínimo que sea el grado de comprensión, tienen la misma pietas por cuanto pertenece a la inteligencia y es su producto, aunque cueste muchos sacrificios. La estupidez, es cierto, tiene mayor potencia de difusión, porque es fácilmente imitable, gregaria, «atrayente»: maliciosamente persuasora, da a todos la ilusión de vivir inteligentemente, «liberados» de los límites o de las inútiles constricciones impuestas por fines inconfesables; embriaga por una ficticia igualdad que, pisoteada la autoridad, da vía libre a los instintos animales y humanos. De aquí su totalitarismo autoritario; en efecto, se establece permanentemente para oprimir, denigrar y destruir la verdadera cultura; sobre todo trata de herirla de raíz, ya que el resistir, incluso subterráneo, de la tradición prepara la explosión de la inteligencia.


«Tiempo vendrá en que los estúpidos tendrán autoridad sobre los inteligentes» Este tiempo comenzó para Occidente en el siglo XVII: desde entonces, la parábola del oscurecimiento de la inteligencia por la pérdida del ser «sube» descendiendo hasta el nihilismo. Su proceso de «ascensión» es siempre y solamente horizontal, aun cuando no sea movimiento hacia la naturaleza para adecuarse a ella, sino tensión a Dios, entendida, cómo hemos advertido, como aniquilación de la existencia (desvanecer de la apariencia) y fagocitación de la esencia, la chispa que retorna a la divina substancia: la parábola de este proceso está destinada a descender hasta la identificación de Dios con las cosas y el hombre, es decir, a la «reducción» del Ser a lo real natural o histórico, a lo finito extendido ilimitadamente en el espacio o en el tiempo, cuyo movimiento es el hacerse mismo del Absoluto resuelto y negado en tal finito agrandado o desmesurado. La negación del Ser o su reducción al mundo se sigue, o se acompaña, de la negación de la primera verdad no producida por la razón y su luz, y por esto de la inteligencia del ser, reducido a función o categoría del conocer racional y con esto mismo perdido en cada una de sus formas: de donde procede la reducción del saber y de lo real a un conjunto de sensaciones-hechos-fenómenos «sin ser», racionalmente calculables y organizables para fines prácticos. De aquí la deformación ontológica de los términos eterno, infinito, absoluto, etc.: su sentido análogo viene asumido como propio, y por esto son usados en sentido impropio; pero, perdido lo propio, lo análogo enmascarado de propio ya no lo es de nada (niente); es algo impropio, que poco a poco pierde significado hasta ponerse como lo significante de nada (niente), que, como tal, es lo insignificante y lo insignificado.


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...sensible readquieren, en la inteligencia del ser, cada uno en su limite dentro de la dialéctica de los límites y de la alteridad por amor, su ser precioso al igual que los otros, y son replanteadles para nuevos desarrollos históricos. Por consiguiente, vale cuanto queda dicho: no se puede marginar o ilusionarse con ignorar o despreciar la zona de la estupidez —caída en otra forma de estupidez—, sino que es necesario «atravesarla» para que sea verdadera su problemática, como la que es también propia del hombre contra la estupidez misma que la hace exclusiva.

Tal recuperación permite, siempre desde la perspectiva del ser, lo otro, de cuanto en Occidente ha producido el pensamiento desde el siglo XVII hasta hoy, y en oposición a la línea del Occidentalismo o de la estupidez que se ha ido historizando. Quiero decir que los pensadores —y no aludo sólo a los filósofos— que han repropuesto el discurso sobre el ser en confrontación con el Occidentalismo que sigue avanzando hacia el nihilismo más radical, no han tenido influencia auténtica, antorchas que han continuado ardiendo pero sin ser motores de la historia: o han sido marginados o violentamente «reducidos» e «integrados» en la línea occidentalística, casi cómplices involuntarios, tímidos o enmascarados, y a la vez marcados de ingenuidad, de nostalgias anacrónicas, de residuos del pasado en homenaje a una tradición muerta y ya a nivel de mito o de superstición. Desconocidos o adulterados, no han podido ejercer su «autoridad», presentándose como autorizada la sola estupidez que, carente de autoridad intrínseca, se ha impuesto sólo como autoritarismo opresivo de la autorización de quien la posee; por lo demás, el error y el mal tienen frecuentemente una proliferación histórica superior a la verdad y al bien. Así, por un lado, el cadáver triunfante ha tratado de mantener lejos el alma y de mortificarla con la «propaganda» hostil en el

Tener conciencia de la pérdida del limite es el reproponerse de la inteligencia del ser en medio de tanto oscurecimiento, la invitación a la existencia de confín entre Dios y el mundo creado. Tal invitación, en la manera más concienzuda y profunda, es el pensamiento de Rosmini en su núcleo esencial siempre por repensar y profundizar. La misma plena conciencia de la pérdida del ser, pero no su recuperación, es propia de Nietzsche, el genialísimo y despiadado denunciador de la «muerte por nihilismo» de Occidente. Por lo tanto, Rosmini, positivamente, y Nietzsche, negativamente, son la «buena conciencia» de tal nihilismo del pensamiento occidentalistico desde Bacon-Descartes a Hegel y al hegelianismo: lo que Occidente ha pensado después y hoy en la línea de la pérdida o del desconocimiento del ser es pre-rosminiano y pre-nietzscheano, arqueológico; si se considera como sustitutivo del ser y no en relación al ser mismo, un fuego fatuo del Occidentalismo, el cadáver que va dando vueltas desde hace cerca de tres siglos; y cuanto más «abona» el terreno al descomponerse, más llamativos se hacen aquellos fuegos en el oscurecimiento progresivo de la inteligencia. De aquí la inactualidad para el Occidentalismo de los «actuales» Rosmini y Nietzsche y la actualidad de Hegel y cuantos de Hegel derivan, los «inactuales» para Occidente: de Hegel es actual para Occidente cuanto en Hegel o en sus derivados no es hegeliano; me refiero al discurso, sucesivamente desviado o extraviado, sobre el fundamento del saber o sobre el principio, que es discurso sobre el ser, el mismo que Rosmini conduce hasta el fondo sin equívocos o extravíos en la tentativa poderosa de recuperar la inteligencia del ser o el problema del principio. También de Nietzsche es actual para Occidente no la solución por él propuesta contra el nihilismo, que sigue siendo Occidentalismo, sino el profundo y lúcido discurso sobre el nihilismo de este último y su implacable denuncia.

Por lo tanto, el único y verdadero discurso «interesante» que hoy merece ser desarrollado y profundizado desde dentro y más allá del Occidentalismo es el propuesto por Hegel, rescatado de su caída historicista, y por Rosmini; por conducir, sin embargo, hasta el fondo, con toda la conciencia nietzscheana del nihilismo occidentalístico, como discurso sobre el ser y no sobre el único devenir histérico o natural, sobre las cosas y los fenómenos, los hechos. Tal discurso permite que, enterrado el cadáver, reconquistada el alma que ha dejado el cuerpo —los despojos mortales en descomposición del Occidentalismo—, puedan ser redescubiertos los valores del Occidente para ser reinstalados en una nueva cultura que, alimentándose de ellos, los renueva e innova: su comienzo marcarla la atenuación del oscurecimiento de la inteligencia, el retorno de su luz y el desvanecimiento de los fuegos fatuos. Pero estos últimos, como hemos dicho, son tales mientras la estupidez pretende sustituir a la inteligencia del ser; dejan de ser tales si son vistos desde la perspectiva negada por la estupidez: no son estúpidos los llamados valores vitales o corporales ni los sentidos o los instintos o las cosas; es estúpido, repitámoslo, reducir todo a esta perspectiva, o ver sólo este aspecto de la realidad humana y natural y negar lo que no se sabe o no se quiere ver. Vencida la estupidez, aquellos valores y toda la zona de lo vital-cor-momento mismo que se la acaparaba reduciéndola a sus opiniones; por otro, el alma constreñida a moverse y a proponer sus problemas contra corriente ha permanecido, a veces, extraña a los problemas nuevos que aquellas opiniones han ido levantando y que, aunque respetuosos y no sustitutivos de los otros, eran y son problemas serios que hay que resolver. En pocas palabras, el pensamiento occidental desde la perspectiva del ser, el único que merece todavía este nombre, reducido al otro o por éste marginado, desde hace casi tres siglos no ha podido dar la prueba histórica de su validez —la inteligencia no se ha historizado al par de la estupidez—; como, en el fondo, no la ha dado todavía el Occidentalismo, precisamente porque, en el oscurecimiento de la inteligencia, ha puesto y pone los valores por él defendidos e impuestos desde el punto de vista de la estupidez, que comporta, bajo su aparente exaltación e incontrastado dominio, el envilecimiento y el nihilismo de los valores, cualesquiera que sean. Una reconquista de la inteligencia del ser, enterrado el Occidentalismo, permitiría, por un lado, la historización de cuanto la inteligencia ha producido contra este último, de modo que pensadores como Campanella y Pascal, Vico y Rosmini, por citar algunos, no sean ya las semillas caídas entre abrojos y, cuando resulta cómodo, robados para ser «reducidos» a fertilizantes de la estupidez, o sólo admirados, pero como pertenecientes a un mundo «extraño» y casi «irreal» (es la suerte, por ejemplo, de Dostoievski); y, por otro, la definitiva conciencia de la importancia de los valores exaltados por la estupidez y envilecidos también por ésta al nivel de lo «material» y de la nada (niente) de valor, de modo que no se vuelvan a proponer ciertas formas de «espiritualismo» y de «angelismo», cierta retórica del espíritu que desprecia al cuerpo y a este mundo para hacerse refinado. Estupidez esta última producida tambien por el oscurecimiento de la inteligencia, «reducción» del ser del hombre a puro espíritu, como si el cuerpo y todo lo creado fueran nada (niente); pérdida del ser o el nihilismo, por otro lado, según decíamos, para ser indulgentes al menos una vez con la triste moda de politizarlo todo, de «derecha* en oposición al de «izquierda», pero prontos a estrecharse la mano en perjuicio de la inteligencia: dos modos de «ultra cogitare» que hay que atravesar con el justo y recto «pensar».

La falta de conciencia del nihilismo ha engendrado en los últimos tres siglos poco más o menos los más infantiles triunfalismos en cadena, en que poco a poco el Occidentalismo se ha autoexaltado, formas del «optimismo débil», propio de quien «desplaza» el fin último del hombre y de lo creado y lo coloca en el tiempo, escatología secular que los hace converger a todos en el triunfal mañana terreno, lunar o saturnal... siempre adelante. Por otra parte, la toma de conciencia del nihilismo sin la reconquista del ser ha engendrado el «pesimismo débil» de Nietzsche y de sus epígonos —el pesimismo de la muerte de Dios, matado por los hombres—, que, no obstante la inversión de los valores y los nuevos cometidos del superhombre, desemboca también en la nada, porque siempre queda al nivel de la naturaleza y del hombre, aunque pretende colocarse por encima de lo humano. El optimismo triunfallstico de la negación del ser y el pesimismo consiguiente a la conciencia del nihilismo que de él deriva, son dos caras de una misma medalla que ha de refundirse en el crisol para que sea provechosa su lección: la nietzscheana, de que no se vence el nihilismo con el paliativo del mañana llevado en procesión entre las fogatas del bienestar y los fastos de la técnica, y la iluminístico-marxista-tecnocrática, de que no se vuela en alas del ser desconociendo o perdiendo la realidad económica, jurídica y política y cuanto está ligado a nuestra vida de cada día y a su mejoramiento, que también es cometido indeclinable de la inteligencia. La doble lección, sustraída a la estupidez, nos insta a reproponer el discurso sobre el ser en sentido análogo y en sentido propio: sobre el ser finito inteligente y sus limites y sobre el Ser infinito, a fin de que sea inquietud y empeño de toda conciencia la alteridad por amor sobre el fundamento de la dialéctica de los limites, es decir, de reanudar para nuevos ahondamientos el discurso propuesto por Rosmini en el surco de la tradición renovada, sembrado para cuando, sobre las ruinas de la historia de la estupidez, pueda prevalecer la de la inteligencia.

Tal ruina será un modo de renunciar al crédito que por largo tiempo todos hemos dado más o menos a la estupidez, impuesta por el humano egoísmo a los desheredados sojuzgados, constreñidos a negar lo que es y no ven por estar privados de cuanto cada uno debe tener para no cegar, no pudiéndose exigir, por parte de quien se divierte y a fin de continuar sin ser perturbado por los «tumultos», que quien más sufre sufra hasta el heroísmo o el martirio para el bien de aquella alma que, por su parte, el moralismo cómodo y gazmoño ahoga descuidadamente en lo superíluo malgastado. Pero el remedio no consiste en el paso de la estupidez impuesta y no culpable a la aceptada alegremente al canto del síogam que la difusión del bienestar aporta a la liberación de la primera, camino oculto hacia el salón de montaje de la otra y la victoria total de la estupidez misma, sino en la conquista de la inteligencia de modo que cada uno, aceptando su ser en sus límites y no ya víctima obligada o persuadida de una o de otra forma de estupidez, pueda hacerse todo el ser que es en base a cuanto es necesario que él tenga para realizar este fin con dignidad igual a la de cualquier otro. Ninguno puede ser él mismo, la plenitud de su persona, sin el tener que le corresponde, pero todo el tener es nada (niente) sin el ser: la defensa de lo llamado económico o material es defensa del ser sin el cual se pierde incluso lo económico, todo. La estupidez tiene dos caras: el ser en el desprecio fingido o en el desinterés por el tener, y el tener en la pérdida del ser; una cara engendra a la otra y se alimentan entre sí: hacer que no se nutran reciprocamente es la vida de la inteligencia, la cual, consciente de los limites del hombre, sabe que la estupidez le pisa los talones amenazante.


sábado, 7 de abril de 2012

Oral Complex

...at the L.M.C.

(Escritores Forum Cassette Nº 4), 1983


Se trata de una grabación prácticamente inédita de un concierto improvisado en el colectivo de músicos de Londres el viernes 13 de mayo de 1983.



Cara:
Acercarse a Guinnlessness por complejo Oral; Edificio de Londres y mejora de casa por Clive Fencott; Prueba ejecutada por John Whiting; Costa este/oeste por Clive Fencott


Parte dos:
Trigrama por Bob Cobbing; Blotting Music por Bob Cobbing;  Blotting Lotta por complejo Oral; Hydrophonics en tres niveles - Sinfonía número uno por Clyde Dunkob

Voces: Bob Cobbing & Clive Fencott; ELECTRÓNICA: John Whiting; Presentada por: Bill Millis (empresas excéntricas)

La grabación de la actuación de cuadrafónico es mezclada en estéreo para este cassette. El tratamiento incluye modulación en anillo, filtrado de paso de banda, Retardo analógico y digital.


1- Oral Complex: Approaching guinnlessness
2- Clive Fencott: London Building &; Home Improvement
3- John Whiting: Test run
4- Clive Fencott: East Coast/West Coast
5- Bob Cobbing: Trigram
6- Bob Cobbing: Blotting music
7- Oral Complex: Lotta bottle
8- Clyde Dunkob Hydrophonics on three levels: Symphony number one


Londres: 13 de mayo de 1983

jueves, 5 de abril de 2012

Territorios del Arte Contemporáneo # 26

Arte de la Tierra


El principio fundamental del Land Art es alterar, con un sentido artístico, la superficie de la Tierra. Muchas de estas obras tienen proporciones monumentales y la mayoría se realizan y ubican en sitios remotos, lejos de la mirada del espectador. La mayoría del Land Art es efímero, no sobrevive el paso del tiempo, pues desaparece debido a la erosión del terreno, la lluvia, las mareas o porque el propio artista desarma su obra una vez cumplido su propósito.