lunes, 24 de octubre de 2016

El movimiento fauve

La primacía del color


Con anterioridad a la aparición del movimiento fauve en el Salón de Otoño de París de 1905, ya existía un grupo fauve e incluso diversos estilos fauves. El grupo fauve, constituido antes de 1900, comprendía tres círculos distintos: en primer lugar, Matisse y sus condiscípulos de la época del estudio de Gustave Moreau y de la Academia Carriére: Marquet, Manguin, Puy, Camoin y Rouault; en segundo lugar, la llamada «Escuela de Chatou», con Derain y Vlaminck; en tercer término, el círculo de El Havre, al que pertenecían Dufy, Friesz y Braque. Dentro del grupo fauve también hay que incluir al holandés Van Dongen. Hoy nadie discute que Matisse, Derain y Vlaminck son los fauves más importantes, así como los más osados pictóricamente. Asimismo, Matisse fue el jefe y el eje de todos estos círculos, aunque Rouault y Vlaminck mantuvieron siempre una actitud más independiente.

El punto de partida del fauvismo, dirá Matisse, fue «la valentía para volver a la riqueza de recursos». En otro sentido, el fauvismo fue un movimiento sintético, que trató de usar y englobar los métodos del pasado inmediato. John Elderfield, en su magnífico estudio sobre el fauvismo que nos guiará en esta breve reseña, habla de un hilo importante que se desovilla a lo largo del fauvismo: el desarrollo de un neosimbolismo, un neoclasicismo y un imaginativo primitivismo, esto es, desde Lujo, calma y voluptuosidad (1904-1905) de Matisse, por un lado, hasta la serie de Bañistas (a partir de 1907) de Derain, por otro, momento en que la fase final del fauvismo «cezanniano» coincide con la naciente estética del cubismo.

Hacia 1900 el modo (principios y normas), no el estilo, impresionista seguía siendo el dominante en la pintura francesa, sobre todo a través de las versiones nabi (neosimbolista) y neoimpresionista, en la que el divisionismo de Signac era más popular entre los pintores jóvenes que el de Seurat. En André Derain. "Montañas de Colliure", 1905. Óleo sobre lienzo su periodo protofauve, es decir, desde finales de 1898 a 1901, Matisse hace un uso muy libre y nada programático de este neoimpresionismo, adoptando un divisionismo más metódico en el cuadro antes citado. Merece la pena, a este propósito, resumir la evolución de Matisse hasta 1904. De 1897 data su primer gran cuadro moderno, La mesa de comedor, que está muy cerca del lado nabi-intimista de la tradición impresionista. Después de la Naturaleza muerta a contraluz, de 1899, obra muy representativa del periodo protofauve basada en una técnica mixta que suponía un uso de la pincelada exagerada al modo impresionista y un uso asimismo de colores locales exagerados, Matisse desarrolla, desde 1901 hasta 1904, su llamado «periodo oscuro», caracterizado por un atemperamiento en la intensificación del color y por una mayor corporeidad y solidez en las figuras, esta última una clara influencia de Cézanne. La persistencia, no obstante, del color zonal en este periodo, debe interpretarse como una deuda contraída con el decorativismo plano de los nabis.

Por su parte, Derain, que entre principios de 1904 y la primavera de 1905 cubrió rápidamente varias etapas, sobre todo la neoimpresionista y la del color plano y zonal ya explorado por Matisse, y que también sufrió por entonces la influencia de Gauguin y de Cézanne, ya había escrito lo siguiente a Vlaminck en una carta de finales de 1901: «Estoy convencido de que la época de la pintura realista se ha acabado. Estamos a punto de embarcarnos en una nueva fase. No comparto la aparente abstracción de las telas de Van Gogh, aunque tampoco la discuto, pero sí creo que líneas y colores están íntimamente relacionados y gozan de una existencia paralela desde el principio mismo, y que nos van a permitir emprender una carrera sumamente independiente y libre… Vamos a encontrar así un campo, quizás no nuevo, pero sí más real, y, sobre todo, más simple en su síntesis». En el invierno de 1904-1905 Derain realiza algunas obras que pueden considerarse ya plenamente fauves, antes incluso y en gran medida por la ambición de superar a Matisse, inmerso entonces en su experiencia neoimpresionista. Entre ellas puede citarse El puente de Le Pecq, presentada en el Salón de los Independientes de 1905 y donde se combinan armoniosamente los estilos nabi, neoimpresionista e impresionista. Pero, a pesar de estos brillantes augurios, Derain no tuvo la suficiente seguridad en sí mismo para continuar por este camino en solitario. Después de ver las obras neoimpresionistas de Matisse de aquel invierno, vuelve también él a hacer obras en ese estilo, como las que realiza en Londres después de la primavera.

El fauvismo surgió definitivamente en Colliure en el verano de 1905, donde trabajaron juntos Derain y Matisse. En una carta a Vlaminck, le dice por entonces Derain: «Una nueva concepción de la luz que consiste en la negación de sombras… debo desechar cuanto concierne a la división de tonos» (esto es, cuanto concierne al principio del divisionismo de Seurat). Algunos años más tarde, dirá por su parte Matisse: «Lo que caracterizó al fauvismo fue nuestro rechazo de los colores imitativos; y el que con los colores puros obtuvimos reacciones más fuertes  –reacciones simultáneas más llamativas–; y estaba también la luminosidad de nuestros colores…». El distanciamiento respecto a impresionistas y neoimpresionistas, comenta Elderfield, se produce desde el momento en que Derain trata las sombras y los reflejos como si tuvieran igual luminosidad. Esto suponía una forma nueva y depurada de colorismo, que plasmaba la luz mediante contrastes de tintas, no de tonos (aquí el término «tono» hay que entenderlo como el grado de intensidad, es decir, de luminosidad, de un color). Gracias a ello, no sólo se organiza el cuadro por superficies, sino que también se destaca la importancia de las áreas de color en fuerte contraste. Aunque los impresionistas no ignoraban el color que contenían las sombras, nunca dejaron de distinguir las zonas en sombra de las iluminadas, mediante variaciones tonales, uniendo pictóricamente estos dos tipos de zonas en una superficie uniformemente tramada. La actitud de Derain implicaba que los contrastes, y por consiguiente las áreas y zonas de color, adquirían una nueva importancia, pudiéndose prescindir de la uniformidad de factura impresionista. Todo ello podemos verlo en Vista de Colliure y Las montañas, Colliure, en los que la forma de aplicarse el color revela, sin embargo, cierta influencia tanto de Gauguin como de Van Gogh, esto es, colores planos y combinación de densidad de color y pincelada suelta.

En cuanto a Matisse, al comienzo de su estancia en Colliure sigue todavía bajo la órbita del neoimpresionismo. Pero muy pronto, en no poca medida por influencia del joven amigo, se desembaraza del divisionismo y adopta una especie de técnica mixta que va a continuar hasta principios de 1906, después de la muestra del Salón de Otoño. Un buen cuadro de este momento auroral es la célebre Ventana abierta, del verano de 1905. En este importante lienzo se aplican toques de color impresionistas y neoimpresionistas en el panorama que se ve por la ventana, mientras que el interior de la habitación está realizado a base de manchas toscamente aplicadas y zonas de tonos planos y bastante uniformes. En este cuadro, de otro lado, la forma en que las amplias áreas de colores complementarios quedan separadas por el motivo central tiene algunos precedentes en su obra protofauve, por ejemplo, en el Desnudo en el estudio, de 1899. Precisamente una de las constantes que descubrió en sí mismo por entonces Matisse fue esa manera de organizar la composición en la que los colores intensos no sólo podían yuxtaponerse, sino también mantenerse separados, equilibrándose a través de la superficie plana del lienzo, comunicándose entre sí desde los lados. Similar sistema de disposición de los colores aparece en el retrato que le hizo a Derain en Colliure. A partir de aquí, Matisse fue asentando su arte en los contrastes de zonas cada vez más amplias de colores complementarios, siendo toda su obra posterior una permanente investigación de las propiedades de la finísima película de la superficie del cuadro, que resiste la penetración óptica y que invita al ojo a recorrerla una y otra vez sin que se rompa su unidad. El cuadro titulado La línea verde, un retrato de su mujer del invierno de 1905-1906, inaugura el segundo estilo fauve, más preocupado por las zonas de color plano. A este respecto, dice Matisse: «Lo que creó la estricta organización de nuestras obras fue que la cantidad de color era su calidad», es decir, que para conseguir el máximo impacto con los colores, había que definir cuidadosamente sus zonas exactas.

Por lo que respecta a Vlaminck, hacia finales de 1905 y principios de 1906 consolida su estilo, convirtiéndose en el tercero de los grandes pintores fauves. Su arte era una búsqueda de la autoexpresión en sí misma, prescindiendo de los patrones estéticos (él fue, de hecho, el más próximo a la propuesta expresionista de Van Gogh). Si lo logró fue gracias a los tres atributos esenciales de su arte: una paleta limitada, dominada por los colores primarios; superficies enérgicamente modeladas y un instintivo, aunque excéntrico, sentido de la composición.

El bautizo del fauvismo, como bien recuerda John Elderfield, es uno de los episodios más emblemáticos del anecdotario del arte moderno. La explicación de Matisse es la siguiente: «Exponíamos en el Salon d’Automne; Derain, Manguin, Marquet, Puy y algunos otros habían colgado juntos sus obras en una de las grandes galerías. El escultor Marque exponía un busto infantil de estilo italiano en el centro de esta misma sala. Cuando Vauxcelles entró, exclamó: “¡Vaya, Donatello entre las fieras” [“Donatello au milieu des Fauves”]». El crítico Louis Vauxcelles, que ni mucho menos era adverso a los nuevos planteamientos artísticos, y que dedicó amplias y elogiosas páginas a comentar las obras más modernas del Salón, quiso hacer un juego de palabras: el nombre del célebre escultor renacentista por eso del estilo italiano de la obra de Marque, y la expresión «fieras» por el cromatismo intenso y agresivo de los pintores que allí exponían.

En los Independientes de 1906 el foco de todas las miradas fue Bonheur de vivre, de Matisse, un cuadro con el que el fauvismo consuma públicamente su separación del círculo neoimpresionista, y que, por ello mismo, disgustó a Signac. Las palabras que Maurice Denis había dicho de la pintura matissiana del Salón de Otoño de 1905 pueden aplicarse a este lienzo magistral: «La pintura de Matisse era incluso más abstracta que la de Van Gogh o que la de las decoraciones del arte oriental, algo más abstracto aún, una pintura al margen de toda contingencia, pintura en sí misma, puro acto de pintar… Hay, de hecho, una búsqueda de lo absoluto. Y, sin embargo, extraña contradicción, ¡este absoluto queda limitado por la más relativa de las cosas: la emoción individual!». También esa obra marcará la separación definitiva del fauvismo respecto de los nabis.

La exposición de los Independientes de 1907 supone la práctica terminación del fauvismo de Matisse y Derain, mientras que la muestra del Salón de Otoño del mismo año estableció la de los restantes miembros del grupo fauve. A partir de ese momento sus carreras iban a emprender caminos separados y, en muchos de ellos, sumamente diferentes a la revolución plástica que supuso la estética fauve.

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de septiembre de 2005

viernes, 21 de octubre de 2016

El poder, los valores morales y el Intelectual.

Michel Foucault

Entrevista realizada a Michel Foucault en 1980 llamadaEl poder, los valores morales y el Intelectual.”

Extraído del diario History of the Present Nº 4 (Primavera de 1988), 1-2,11-13.
Entrevistador: Michael Bess.
Traducción: Francisco Larrabe.

Esta entrevista se realizó el 3 de noviembre de 1980 por Michael Bess, estudiante graduado del Departamento de Historia en la Universidad de California, Berkeley. Foucault se encontraba en Berkeley para ofrecer las conferencias Howison (“Subjetivación y verdad”) los días 20-21 de octubre de 1980. Extractos de la entrevista aparecieron en un artículo escrito por el propio Bess y publicado el 10 de noviembre de 1980 en el diario estudiantil Daily Californian, de dicha universidad. La entrevista se desarrolló en francés y fue traducida por el propio Michael Bess.
- Hace un momento usted me contaba que es moralista…
En cierto sentido lo soy, en la medida en que creo que uno de los propósitos, uno de los sentidos de la existencia humana – la fuente de su libertad – es no aceptar nunca nada como definitivo, intocable, obvio o inmóvil. No se debería aceptar que ningún aspecto de la realidad se convierta en ley definitiva y anti humana para nosotros.
- Sin embargo, necesitamos aferrarnos, incluso de manera provisoria.
Sí, es cierto. Esto no significa que uno deba vivir en una discontinuidad indefinida. A lo que me refiero es que uno debe considerar todos los puntos de fijación, de inmovilización, como si fuesen elementos tácticos, estratégicos; como parte de un esfuerzo por devolver las cosas a su movilidad original, a su apertura al cambio.
Te mencionaba anteriormente los tres elementos de mi moral. Estos son (1) la negación a aceptar como evidente las cosas que se nos proponen; (2) la necesidad de analizar y conocer, dado que no podemos llevar a cabo nada sin la reflexión y el entendimiento – de ahí el principio de curiosidad; y (3) el principio de innovación: buscar en nuestras reflexiones aquellas cosas que nunca han sido pensadas o imaginadas. En resumen: negación, curiosidad, innovación.
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- Me parece que el concepto que tiene la filosofía moderna respecto del sujeto supone estos tres principios. Me refiero a que la diferencia entre sujeto y objeto es precisamente que el sujeto es capaz de negarse, de generar innovación. Por tanto, ¿su trabajo ataca la tendencia a cristalizar esta noción de sujeto?

Lo que estaba explicando era el campo de valores dentro del cual sitúo mi trabajo. Me preguntaste antes si yo era un nihilista que rechaza la moralidad. Te respondí que no. También me estuviste preguntando “por qué hace el trabajo que hace”

Estos son los valores que propongo. Pienso que la teoría moderna del sujeto, la filosofía moderna del sujeto, muy bien podría ser capaz de otorgar al sujeto una capacidad para la innovación, etc., pero que, sin embargo, en la actualidad la filosofía moderna sólo lo hace en un nivel teórico. En la realidad no es capaz de traducir en una práctica estos diferentes valores que estoy tratando de elaborar en mi propio trabajo.

- ¿El poder puede ser abierto y fluido, o es intrínsecamente represivo?

El poder no debe ser entendido como un sistema opresivo que somete desde la altura a los individuos, castigándolos con prohibiciones sobre esto o aquello. El poder es un conjunto de relaciones. ¿Qué significa ejercer el poder? No significa tomar esta grabadora y arrojarla contra el suelo. Tengo las capacidades para hacerlo, tanto material como física y anímica. Sin embargo, si la azoto contra el suelo con el propósito de hacerte enojar o que no puedas reproducir lo que he dicho, o presionarte de modo que te comportarás de tal o cual manera o para intimidarte; pues bien, lo que he hecho al moldear tu comportamiento mediante ciertos medios, eso es poder.

Esto quiere decir que el poder es una relación entre dos personas, una relación que no está en el mismo orden de la comunicación (incluso si estás obligado a servirme como instrumento de comunicación). No es lo mismo que decirte “el clima está agradable” o “nací en tal o cual día”.

Ejerzo poder sobre ti: influyo en tu comportamiento o intento hacerlo. Intento guiarlo, conducirlo. Y la manera más sencilla es, obviamente, tomándote de la mano y obligarte a que vayas a donde quiero. Ese es el caso límite, el grado cero del poder. Y es precisamente en ese momento en que el poder deja de serlo y se convierte en simple fuerza física. Por el contrario, si uso mi edad, mi posición social, el conocimiento que pueda tener sobre determinado tema para hacer que te comportes de un modo particular – es decir, no te estoy forzando a algo sino que te estoy dejando completamente libre – ahí es cuando empiezo a ejercer poder. Está claro que no debemos definir el poder como un acto violento y opresor que reprime a los individuos forzándolos a hacer algo o evitando que hagan algo distinto. Sino que el poder tiene lugar cuando existe una relación entre dos sujetos libres y esta relación es desigual, de modo que uno puede actuar sobre el otro, y ese otro es guiado o permite que lo guíen.

Por tanto, el poder no siempre es represivo. Puede tomar varias formas. Y es posible tener relaciones de poder que son abiertas.

- ¿Son relaciones equitativas?

Nunca son equitativas porque la relación de poder es desigual. Pero puedes tener sistemas de poder reversibles. Tomemos, por ejemplo, lo que sucede en una relación erótica – no estoy hablando de una relación amorosa sino simplemente una relación erótica. Pues bien, tienes claro que es un juego de poder y la fuerza física no es necesariamente el elemento más importante aquí. Ambos tienen una cierta manera de actuar en el comportamiento del otro, moldeándolo y determinándolo. Uno de los dos puede usar esta situación de un modo determinado y luego generar el inverso exacto con respecto al otro. Pues bien, ahí tienes una forma específica y pura de poder reversible.

Las relaciones de poder no son en sí mismas formas represivas. Lo que sucede es que en las sociedades, o en la mayoría de ellas, se crean organizaciones para mantener cristalizadas las relaciones de poder, para mantener dichas relaciones en un estado de asimetría, de modo que un cierto número de personas obtienen una ventaja social, económica, política, institucional, etc. Y esto cristaliza la situación. Eso es lo que uno llama poder, en el sentido estricto del término: es un tipo específico de relación de poder que ha sido institucionalizado, cristalizado e inmovilizado para beneficios de algunos y perjuicio de otros.

- Pero, ¿son ambas partes de la relación victimas del poder?

¡No del todo! Sería forzar demasiado la idea si decimos que aquellos que ejercen el poder son víctimas. De cierta manera es verdad que pueden quedar atrapados en la trampa, dentro de su propio ejercicio de poder; pero no son tan victimas como los otros. Inténtalo…ya verás [risas].

- ¿Está alineado con la posición de los marxistas?

No lo sé. Verás, no estoy seguro de saber qué es el marxismo en realidad y no creo que exista como algo abstracto. Para mala o buena suerte de Marx, su doctrina ha sido adoptada casi siempre por organizaciones políticas y es, después de todo, la única teoría cuya existencia siempre ha estado atada a organizaciones sociopolíticas que fueron extraordinariamente fuertes y volátiles, hasta el punto de convertirse en aparatos del Estado.

De manera que cuando mencionas al marxismo, te pregunto a cuál te refieres, ¿el que se enseña en la República Democrática Alemana (marxismo-leninista); el vago, desaliñado y bastardo concepto que usan algunos como George Marchais; o el cuerpo doctrinario que sirve como punto de referencia para algunos historiadores ingleses? En otras palabras, no sé lo que es el marxismo. Intento luchar con los objetos de mi propio análisis, por lo que cuando uso un concepto utilizado tanto por Marx o los marxistas, un concepto útil y tolerable, para mí es indiferente. Siempre me he negado a considerar como factor decidor el estar o no de acuerdo con el marxismo a la hora de negar o aceptar lo que digo. No me podría importar menos.

- ¿Tiene algunas ideas respecto de un sistema de poder que ordene a la masa de seres humanos en el planeta, un sistema de gobierno que no se convierta en una forma de poder represiva?

Un programa de poder puede tomar tres formas. Por un lado, ¿cómo ejercer un poder que sea efectivo y posible (en esencia, cómo reforzarlo)? O, por otro lado, la postura inversa: ¿cómo anular el poder, qué puntos atacar para derrumbar la cristalización del poder ya existente? Y por último, la postura intermedia: ¿de qué manera limitar las relaciones de poder tan encarnadas y desarrolladas en una sociedad específica?

Pues bien, la primera postura no me interesa: crear un programa de poder que ejerza el poder más que antes. La segunda postura es interesante, pero me complica que se deba considerar esencialmente bajo el propósito de sus objetivos concretos: las luchas que uno desea emprender. Y esto significa, precisamente, que uno no debe hacer de ella una teoría a priori.

En cuanto a la postura intermedia – ¿cuáles son las condiciones aceptables del poder? – digo que estas condiciones aceptables para el ejercicio del poder no pueden ser definidas a priori. Ellas son siempre el resultado de relaciones de fuerza dentro de una sociedad. Y en tal situación sucede que un cierto desequilibrio en las relaciones de poder es, en efecto, tolerado por un periodo de tiempo por aquellas víctimas que están en una posición más desfavorable. Esto no quiere decir que semejante situación sea aceptable. Ellos son conscientes de esto desde el primer momento, de modo que después de pocos días, años, siglos, las personas siempre terminan resistiéndose y ese viejo compromiso ya no funciona. Eso es. Pero no se puede dar una fórmula definitiva para el ejercicio óptimo del poder.

- ¿Quiere decir que algo se cristaliza en las relaciones de poder entre las personas y que se vuelve intolerable después de un tiempo?

Claro, a pesar de que a veces sucede de inmediato. Las relaciones de poder, tal como se expresan en una determinada sociedad, no son sino la cristalización de una relación de fuerzas. Y no hay ninguna razón para que estas cristalizaciones de las relaciones de fuerza deban ser formuladas como una teoría ideal de dichas relaciones.

Dios sabe que no soy un estructuralista o un lingüista o algo por el estilo, pero, verás, es casi como si un filólogo quisiera decir “bien, así es como el lenguaje debe ser hablado, así es como el inglés o francés debe ser hablado”. ¡Pero no! Uno puede describir de qué manera un lenguaje es hablado en un determinado momento, uno puede decir lo que es comprensible y lo que es inaceptable, incomprensible. Y es todo lo que uno puede decir. Por otro lado, sin embargo, esto no significa que este tipo de trabajo en relación al lenguaje no permita innovaciones.

- Es una posición que se rehúsa a hablar en términos positivos, excepto para el momento presente.

Desde el momento en que uno concibe el poder como un ensamble de relaciones de fuerza, no puede haber ninguna definición programática de un estado óptimo de fuerzas, a menos, claro, que uno fije posiciones al decir “quiero que el blanco ario, de raza pura tome el poder y lo ejerza”, o incluso, “quiero que el proletariado ejerza el poder y quiero que lo haga de manera absoluta”. En ese momento sí se ha establecido un programa para la construcción del poder.

- ¿Es intrínseco a la existencia humana que su organización se transforme en una forma represiva de poder?

Sí. Por supuesto. Tan pronto como haya personas que se encuentren en una posición – dentro del sistema de relaciones de poder – donde puedan actuar sobre otros y determinar la vida y el comportamiento de éstos, pues bien, la vida de esas otras personas no será del todo libre. Como resultado, dependiendo del umbral de tolerancia y de un gran número de variables, la situación será más o menos aceptada, pero nunca completamente. Siempre habrá personas que se rebelen, que se resistan.

- Permítame poner otro ejemplo. Si un niño quiere rayar las murallas de una casa, ¿sería represivo impedir que lo haga? ¿En qué punto uno dice “¡Basta!”?

[…] Si acepto la idea que frecuentemente se tiene del poder – vale decir, que es algo horrible y represivo para el individuo – es evidente que evitar que un niño raye las murallas sería una tiranía insoportable. Pero eso no es el poder: Yo digo que el poder es una relación. Una relación en la que uno guía el comportamiento de los otros. Y no hay ninguna razón para decir que la manera de guiar el comportamiento de los otros no puede tener, en última instancia, un resultado positivo, valioso, interesante, etc. Si yo tengo un hijo, te aseguro que no rayaría en las murallas; y si lo hiciera, sería contra mi voluntad. ¡Incluso el solo pensarlo!

- Es complicado…a veces uno tiene que cuestionar constantemente.

¡Sí, sí! ¡Así es! Un ejercicio de poder nunca debe ser algo evidente. No significa que porque seas el padre tienes derecho a golpear a tu hijo. A menudo, incluso, no castigarlo es también una manera de moldear su comportamiento. Este es un dominio de relaciones bastante complejo que exige una reflexión constante. Y cuando uno piensa en el cuidado con que los sistemas semióticos han sido analizados en nuestra sociedad, para develar su valor significante [valeur signifiante], ha existido un relativo descuido de los sistemas para el ejercicio del poder. No se le ha dado la suficiente atención a este complejo ensamble de conexiones.

- Su postura escapa continuamente de la teorización. Tiene que rehacerse una y otra vez.

Es una práctica teórica, si tú quieres. No es una teoría sino más bien una manera de teorizar la práctica. […] Como mi posición aún no ha sido esclarecida del todo, a veces la gente piensa que soy una suerte de anarquista radical que tiene un profundo odio hacia el poder. ¡No! Lo que trato de hacer es abordar este fenómeno tremendamente importante y confuso que es el ejercicio del poder en nuestra sociedad, con la mayor reflexión y prudencia. Prudencia en mi análisis, en los postulados morales y teóricos que empleo. Intento averiguar qué está en juego. Pero cuestionando las relaciones de poder de la manera más escrupulosa y atenta posible, examinando todos los ámbitos de su ejercicio, que no es lo mismo que construir una mitología del poder como si fuera la bestia del apocalipsis.

- ¿Hay temas positivos en su concepto sobre lo que es bueno? En la práctica, ¿cuáles son los elementos morales en los que basa sus acciones?

Ya te los dije: negación, curiosidad e innovación.

- Pero, ¿no son todas ellas negativas en cuanto al contenido?

La única ética que puedes tener con respecto al ejercicio del poder, es la libertad de los otros. Yo no le digo a la gente “hagan el amor de esta manera, tengan hijos, vayan a trabajar”.

- Debo admitir que estoy un tanto perdido al no tener puntos de orientación en su mundo, hay demasiada apertura.

Escucha, escucha… ¡No es tan difícil! No soy un profeta; no soy un organizador; no quiero decirle a la gente qué debe hacer. No voy a decirles “¡esto es bueno para ti, esto no!”.

Intento analizar una situación real en sus diversas complejidades, con el propósito de permitir la negación, la curiosidad y la innovación.

- Y con respecto a su vida personal, eso ya es distinto…

¡Pero a nadie le incumbe!

Pienso que en el fondo de todo esto hay un malentendido sobre la función de la filosofía, del intelectual, del conocimiento en general: y es que les concierne a ellos decirnos qué es bueno.

¡Pues no! ¡No, no, no! No es responsabilidad de ellos. Ellos ya son bastante propensos a interpretar ese papel. Por dos mil años han estado diciéndonos qué es bueno, con todas las consecuencias catastróficas que eso ha generado.

Hay un juego terrible aquí, un juego que oculta una trampa en la que los intelectuales tienden a decir lo que es bueno, y las personas no encuentran nada mejor que les digan lo que es bueno, cuando sería mejor que empezaran a gritar “¡esto es malo!”

Pues bien, cambiemos el juego. Digamos que los intelectuales ya no tendrán el rol de decir lo que es bueno. Por tanto, dependerá de las propias personas, basando su juicio en los múltiples análisis de realidad que se les ofrezcan, trabajar o comportarse espontáneamente, de manera que puedan definir por sí mismos qué es bueno para ellos.

Lo bueno a veces surge a través de la innovación. Lo bueno no existe como tal en un cielo atemporal con personas que serían como los Astrólogos del Bien, cuyo trabajo es determinar cuál es la naturaleza favorable de las estrellas. Lo bueno es definido por nosotros, se practica, se inventa. Y es un trabajo en conjunto.

¿Está más claro ahora?