viernes, 26 de octubre de 2012

Robert Campin

Renacimiento nórdico

Robert Camping (1375 – 26 de abril de 1444)
Pintor flamenco perteneciente al estilo flamenco de la pintura gótica.


Se cree que nació y murió en la misma ciudad Tournai. Se sabe poco de él. Es a veces considerado el primer gran maestro de la pintura flamenca. Aunque es deudor de muchos de los maestros contemporáneos de iluminación de manuscritos, Campin mostró mayores poderes de observación realistas que ningún otro pintor antes que él. Fue uno de los primeros artistas que experimentaron con la reintroducción de colores aglutinados con aceite, óleo, en lugar de pintar con témpera al huevo, para conseguir de esta manera la brillantez de colorido típica de este periodo. Campin usó la nueva técnica para presentar personajes rotundos y fuertes, modelando la luz y la sombra en composiciones de complejas perspectivas. Fue un artista de gran importancia que contribuyó de forma decisiva a revolucionar la pintura de su tiempo, perfeccionando el uso del óleo con importantes consecuencias sobre el resultado final, usando colores de gran calidad y obteniendo extraordinarios efectos con las veladuras.





Su realismo tendra una gran influencia en los artistas de la generación siguiente, una de las más importantes de la pintura flamenca. Influído por la Escuela de Dijon desarrolló un estilo sobrio, compuesto por imagenes cotidianas con una renovación iconografica importante. Hizo una serie de retratos (entre los cuales dos están en la Nacional Gallery de Londres), fijos de tres-cuarto, las caras ocupando la parte fundamental del cuadro, y que son los primeros en representar a la burguesía y notables locales, testigos de la irrupción del individuo en el renacimiento.


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A finales del siglo XIX, sin embargo, quedó claro que van Eyck estuvo precedido por un artista que pintó el Retablo Mérode. Datado en torno a 1428, este retablo (hoy en los Claustros del Metropolitan Museum) está imbuido de la amorosa atención al detalle y el espíritu del materialismo burgués. Otros paneles de estilo similar, que supuestamente provienen del Château de Flémalle, se exhiben hoy en Fráncfort del Meno. Se asumía que estas obras pertenecieron a un Maestro de Flémalle cuya identidad por aquel entonces no quedó establecida. 

- Recursos: Allpaintigs

viernes, 19 de octubre de 2012

Bailando sobre suelo de gresite

Por: Fernando Huici y Guillermo Pérez Villalta

La verdad, cuando los chicos de la Bauhaus se fueron a Nueva York la cosa no resultó tan grave. Decidimos seguir la fiesta por nuestra cuenta. En el fondo no había porqué abandonarse a la historia. Si ellos eran modernos, nosotros podíamos serlo mucho más, incluso neomodernos, diría yo. Por eso quisimos ampliar el local sin reparar en gastos. Trajimos de Milán una cafetera exprés por darle más speed al asunto, plantamos en la terraza sombrillas de Torremolinos y, en el rinconcito de la chimenea, aquellos simpáticos (aunque algo estirados) muchachos finlandeses de nombres chistosos pusieron todo su empeño en crear un ambiente amplio y agradable. Rápidamente desembarazamos el salón de tanto mueble, optando por el derroche de un espacio despejado. Pronto se fue llenando de aquellos amigos parisinos que tocan el saxo y la batería y escriben falsas novelas policíacas. Uno de ellos, el delgaducho de nariz aguileña, le daba mucha marcha a su piano-coktail junto a la barra del bar, compitiendo con los combinados tropicales que preparaban, trepidantes, los recién llegados de Río y Caracas. La fiesta se iba animando de modo insospechado y todo el mundo nos venía con ideas diversas, rabiosamente nuevas. No quiero ni acordarme de cuando Mondrian, tras tomarse el cuarto dry martini, receta del American Bar, comenzó a oscilar y quebrarse a ritmo de mambo. ¿Quién lo hubiera dicho?; él, tan serio de por sí, y entonces lleno de atrevidas diagonales que le daban aire la mar de gracioso. Lo mejor de todo fue cuando se lanzó con Pollock a marcarse una rumba. De pies a cabeza se llenó de dripping "Tutti colori". La pista de baile estaba ya al rojo vivo. Las audaces texturas flirteaban, indecorosas, con el bueno de Arp, que siempre nos cayó chachi. Al fondo, dos traviesos que responden por Calder y Miró achuchaban con sendos matasuegras a la chica rubia de pantalones ceñidos que llegó en la Vespa. Cuando entró Dalí fue ya el despirporre. Más de uno se derritió en su sillón. La orquesta le dio aquello tan bonito de "souvenir, souvenir, los bigotes de Dalí". Allí no quedó nadie por entregarse a la juerga.

Imagínate cuando a Kandinsky le dio por pintar corbatas o las faldas con vuelo de la chica de labios carnosos y la cola de caballo. Incluso Duchamp se ocupaba de remodelar las lámparas y el carrito bar por la cosa escenográfica. Al rato, todos juntos, intentaban diseñar a la limón (sic) un trofeo cornucopia pluriestilo para la elección inmediata e irrevocable de la chica be-bop. Un grupo de arquitectos y diseñadores discutían aquello tan fino del espacio y la función. "Lo peor es –decía uno- ¿qué hacemos con el espacio cuando la función no se realiza?. Ya sabéis que el espacio de piso es hoy una cosa muy costosa". "¡Tengo una idea!"- repuso uno bajito con bigote como estilete- el multiuso. Cada espacio puede realizar múltiples funciones". "Eso. Cada espacio puede realizar múltiples funciones". "Eso, eso –se lanzaron los diseñadores-muebles cama-despacho-cocina-ducha o televisor-bar-discoteca-bidet-salón de lectura". "¿Y si se agotan los usos?"- atajó uno que no quería dejar cables (sic) sueltos. La pregunta cayó como una jarra de "cup" helado.  "Elemental –sentenció el bigote bajo-, cuestión e inventiva". Y a partir de entonces nunca supimos si el sillón era un frutero a la hora del lunch o si ese jarroncito tan gracioso que nos regaló tu madre se metamorfoseaba en rasuradota eléctrica por las mañanas y en lamparita de lectura al caer la noche. Hasta llegó un momento en que los cubiertos parecían dispuestos a soltarnos un calambrazo de puro zigzagueantes. Pero no quedaron así las cosas. Al momento la tomaron con la pobre gravedad. "¡Menudo muermo que las cosas deban sujetarse". Así todas las cosas adoptaron las posiciones más peligrosas. Las patitas del sillón tapizado en genuino falso leopardo se abrían y se abrían sin cesar. Las columnas que, de todos es sabido, han de asentarse sobre una base amplia para mejor repartir las presiones, se hicieron delgaditas, delgaditas, por la parte de abajo. Y allí donde el techo debía descansar sobre el pilar aparecía -¡ahí te las compongas!- un inquietante (sic) agujero que permitía pasar al soporte hasta el piso superior. 

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Todo se inclinaba de un modo sospechoso; las viseras y terrazas salían disparadas como trampolines. Luego les dio por hacer confusos los espacios y camuflaron los techos con plafones que, no sólo adoptaban caprichosas formas de ameba sino que, además, aparecían frecuentemente perforados por todas las partes. Convirtiendo las paredes en mamparas que dividían tan sutilmente los espacios que, a veces, se hacían necesarios titánicos esfuerzos perceptivos por encontrarlas antes de jugarse el físico contra las lunas pulidas cristañola o los delgados cables de nylon que unían suelo y techo. No te quiero ya decir lo que fue la fiebre de escaleras y rampas. Si padeces de vértigo podías darte por perdido. Algunas llegaron a ser tan bonitas que no servían sino como esculturas que rompieran el espacio entre dos niveles, otras eran tan aéreas y transparentes que ofrecían como espectáculo un revoloteo de medias y tobillos y no debemos pasar por alto alguna que otra idea luminosa. Directa o ambiental, la iluminación nos deparó decoraciones expresionistas de la mejor especie y máquinas que parecían servir para cualquier cosa antes que para vernos las caras con aquella pantera existencialista. Caso aparte el de los neones que tanto se ponían a dibujar en el aire por puro gusto como trazaban el esquema que nos permitía hacernos una idea de por donde iban los tiros en aquella maraña espacial que los chicos de la reunión tenían la desfachatez de apodar "chalecito unifamiliar para zona residencial de la periferia". En fin, todo fuera en beneficio de la omnipotente función. No faltaban, desde luego, diversiones para quien se juntara al grupo en cuestión. Por allí andaba Oscar Niemeyer escuchando con pinta de alumno empollón los delirios que emanaba el beodo de Le Corbusier tras ingerir los incontables cocopiñas que una coorte (sic) de admiradores brasileños no dejaban de ponerle entre las manos. Félix Candela, enfurruñado por el capón que soltara Torroja por no aprenderse convenientemente la lección del día, no cesaba de repetir: "para paraboloides, hiperbólicos, menda". Créanlo o no, hasta Aalto le pagaba fuerte al cha-cha-cha. Entre tanta genialidad etílica, sólo una nota fuera de compás: Mies y Gropius, tan sosos como siempre, confundían el acuario con la ponchera y arrastraban una sobriedad a prueba del mejor de los humores. A su sombre, el alías Philip Jonson dispuesto como siempre a ligar con la chica de moda. A esas alturas de la fiesta lo mejor se había desplazado hasta el jardín. La piscina, recubierta de gresite multicolor se encontraba animadísima, literalmente abarrotada por flotadores de plástico. Un Apolo en slip dudaba histérico qué puntos del borde podían tomarse como idóneos para trazar un "largo". Junto a él una señora a lo Silvana Pampanini lucía hasta el agotamiento un modelito sensación: como complemento genial un "hoola hop" en eterna danza. Algo más lejos tres chicas esqueléticas con carísimos tocados de Balenciaga rodeaban un coqueto bambi de forja. Los vapores de la destilería estomacal le hacían ya a uno dudar si se trataba efectivamente de las tres mencionadas gracias o de un "display" de lámparas alámbricas. Alguien había tenido la feliz idea de transformar el Henry Moore en fuente-ducha y los huecos en forma de sobaco hacían la vez de lavabos. A aquella otra escultura de Gabo le cambiaron los hilitos por "macarrón" de plástico hasta convertirla en una preciosa hamaca. La orquesta tocaba nuevos bailes, mudando el mambo y el cha-cha-cha por el rock, para atreverse después con algún twist o con un madison. Por entonces llegaron a la fiesta unos chicos la mar de "pop". Dispuestos a renovar el buffet habían saqueado el supermercado de la esquina. Gillo Dorfles no podía soportar su presencia y así le insistí a Eco quien, con aire ausente, no acababa de integrarse en la fiesta. Lo más estirado de la reunión ignoraba olímpicamente a los recién llegados. De hecho, no hacían más que alabar los módulos y series que por entonces atraían la atención general. Todo el mundo se pirraba por la fabricación seriada y cosas por el estilo. Vasarely se pavoneaba como una star, pero los más divertidos eran unos dinámicos chicos que no dejaban de moverse. LeParc llenó el salón de espejitos que todo lo desquiciaban; otros instalaban máquinas de comunicación, aunque uno nunca supo si comunicaban con alguien. Lo importante era participar. Había también unos niños pobres, pero de eso es mejor ni hablar. Unos tipos muy raros nos empapelaron el salón con unos mareantes dibujos blanco y negro, pero cuando pretendieron decorarnos la casa nos la dejaron más bien infinitos múltiples por todas partes. Eso sí, la discoteca la dejaron preciosa, con luces intermitentes de todos los colores, en una orgía psicodélica. En unos momentos la reunión de arquitectos andaba de capa caída. Muchos se dedicaban ya a dormirla, mientras otros arrastraban una tontina vergonzosa discutiendo en un rincón sobre la fabricación en serie de pasmosas chorradas. Algunos, con megaestructuras y gaitas por el estilo pretendían dejarnos la casa hecha unos zorros. Sólo Parent y Virilio aguantaban la merluza con una honrosa inclinación. Poca cosa para el cuerpo. Lo mejor de la fiesta quedaba ahora en la orquesta. ¡No te quiero decir las canciones tan bonitas que tocaban! Pero ni eso logró retener a los del pop que decidieron largarse con las chicas al motel de la esquina. Uno de gafitas y pelo plateado insistía en pasarles películas pomo. "Vaya rollo" –le amonestaba el de las hamburguesas. Aquí la fiesta tomó un aire muy raro. Al personal le dio por la contemplación y se pasaba el día a base de recuerdos y suspiros. "¡Chico, esta parte era un muermo". Todos vestían de antiguo como en una telenovela y las guitarras eléctricas se desgarraban en lamentables solos: algo así como el onanismo progresivo. Ni siquiera cuando alguien echó un ácido en la naranjada la cosa se remedió. Todo iba de ponerse naturales. ¡Claro!, Marie Claire, la única chica que no se largó al motel, no se maquillaba. Cambiaron el plástico y las formicas por madera lavada, bambú y otras mierdas ecológicas. Sí, sí, muy natural pero sin una pizca de gracia ni atrevimiento. Para colmo, los que iban llegando no hacían casi nada: sólo poner montoncitos de porquería en los rincones y reseñarlo en documentos. Los más "audaces" se permitían chorrear pintura por las paredes y luego sostenían interminables discusiones sobre el asunto. Nada, lo dicho; un muermo. Y para qué hablar de los arquitectos. A los que no babeaban les dio por quitar aquellos preciosos neones que pusimos de reclamo en el portal. Un chico que había venido de Filadelfia los rescató del colector de basura y se los llevó a la fiesta de la esquina. Lo único interesante fueron unas locas que tomaron por asalto la discoteca. Nosotros también estuvimos a punto de darnos el piro. Pero ahora, parece que en la fiesta comienza un proceso de reanimación. Los nostálgicos han caído en la cuenta de lo bonita que estaba la casa al principio de la juerga. También han vuelto los chicos y las chicas del pop a ver como andaban aquí las cosas. Han decidido quedarse. Han crecido, pero siguen siendo encantadores. Se han traído con ellos un conjunto de quinceañeros muy raros que, nada más entrar, la han emprendido a guitarrazos con los últimos amuermados de la orquesta. Ellos tocan fatal, pero con mucha más gracia. Bueno, ya aprenderán. Por ahora empiezan a llenarlo todo de nuevos plásticos y colorines. Además, están haciendo muy buenas migas con aquellos genios etílicos del principio que ya comienzan a desperezar su resaca. En fin, veremos cómo nos dejan la casa ahora que la "nouvelle vague”" vuelve a estar en la onda. ¡Cosas del neomoderno!


Publicado en Arquitectura, Madrid, núm. 224, mayo-junio, 1980, pp. 38-41 


Recursos: lotofago.

sábado, 13 de octubre de 2012

La impiedad Cultural

II. La ofensiva contra la Cultura


La ofensiva contra la oposición moral, precedida de otra contra la oposición de la verdad, impiedad de fondo, allana el terreno a la impiedad cultural en el sentido más vasto, en cuanto que la cultura pierde su significado si viene a menos su cometido formativo o de educación del hombre integral. De aquí, en primer término, la reducción iluminís-tica de la cultura a la anticultura presentada como la cultura nueva, y, luego, la corrupción tecnocrática de tal concepción, hasta la supresión de la antítesis como la que es constreñida a mantener y a reproponer el problema de la cultura.

La «fantasías
», como momento «poético» o creativo, es propia del arte; pero, junto con la intuición intelectiva y el sentimiento, está presente en toda actividad del hombre, ya que todo acto del espíritu es sintético e integral: no hay filosofía sin el momento «fantástico», «religioso» y «racional», como no hay arte sin el momento filosófico, religioso, etcétera; y así sucesivamente. La sociedad del bienestar y tecnológica apunta al oscurecimiento de la inteligencia y a la extinción del sentimiento, a la «construcción» de una naturaleza y de un ambiente que los esterilicen; apunta a la mortificación y a la extinción de la fantasía, de modo que la «intuición», como tal su irreducible enemiga, desaparezca para dejar el «vacío» que ha de llenarse sólo con lo formalizado y lo funcional, ya no estorbados por el «estro» —que es del «genio»— poético, artístico, moral, religioso, etc., el «tábano» que hace enloquecer a los bueyes y hasta enfurecerse a las ovejas. Así, la «reducción» del hombre a «cosa», incapaz de captar el significado de cualquier ente e incluso de sí mismo y de su existencia, alcanza su perfección: una perfección, coincidente con nada (niente), que, aunque «contestada globalmente», dada la ausencia del significado, reduce a si, anonada la contestación misma por incapacidad de esta última, nacida en el mismo plano, de delimitar su pregunta haciéndola significante. De aquí todavía la insuficiencia del conato de renovación por el motivo de que no tiene fe en ninguna renovación, y la fe comporta el significado de aquello en que se tiene fe; pero no hay significado sin el ser, el principio que, perdido, como sabemos, comporta, con el eclipse de la dialéctica de los límites, el oscurecimiento de la inteligencia y el desencadenamiento de la egoidad por odio. Y, como sucede a la mala conciencia que busca la buena y al corrompido que quiere la virtud, así hoy, en la insignificancia de todo, todos buscan el significado; buscan el tiempo «disponible» —cuanto más corren, más vertiginosas se hacen las velocidades y menos tiempo tienen—, y no lo pueden «tener», y, cuando lo tienen, no saben qué hacerse con él, ya que han perdido el ser del tiempo, que es con sus dimensiones, si es en el ser. Y la búsqueda del significado es hoy el afán de la ciencia, de la lingüística, de las nuevas antropologías, que «quieren» el significado después de haber perdido en el ciencismo el sentido de la historia y del hombre, de la cultura; es decir, después de la reducción a nada (niente.) de lo significante. 
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Proscripción de los «clásicos» de todo tiempo, que expresan el privilegio y son instrumentos de opresión en manos de clases o castas dirigentes y autoritarias, inútiles o inutilizables para los fines funcionales o de potenciamiento de la eficiencia, o utilizados de manera que parezcan todavía válidos en lo que de ellos es reducible, incluso con violencia, a los problemas poco a poco planteados por la actual sociedad y, como tales, también dísfrutables por un seguro consumo, ya que la capacidad de comprensión y de penetración han sido debidamente reducidas y continúan siéndolo. Proscripción, sobre todo, de las verdaderas energías creadoras, de los autores escorbúticos, de ideas puntiagudas, que no se prestan a redondeamientos y que han contribuido al crecimiento de la verdadera cultura y a la formación de un mundo humano y cristiano. También en este caso es rentable servirse de la mágica palabra «democracia», excelente para el «encantamiento», sobre todo si se la vende al revés, al peor ofertante, al «in quantum» para todos, operación a largo plazo; pero la vela, ya no de cera virgen, es una gruesa candela de sebo que permite al peor vencer en la subasta. En efecto, cultura y escuela «democráticas» se han identificado en la actualidad con la lucha contra el pensamiento creativo y contra el estudio formativo o que hace «cultos», privilegio de pocos «reaccionarios» antisociales, cuya eliminación ha sido y es tarea del populismo de ayer y del «masismo» de hoy: para que no le nazcan más, y, si le nacen, sean sofocados por el ambiente de modo que no se desarrollen, y, si precisamente son duros para morir, sean destinados al aislamiento, de modo que no sean ya comprendidos; no inteligibles, queden como documentos de épocas de alienación y de esclavitud, metidos en el mismo escondrijo que recoge los instrumentos de tortura .¿Ya qué o a quién puede servir en la Sociedad mundial del bienestar, gobernada por los tecnócratas, la «comprensión» de Esquilo o de Platón, de Dante o de Goethe? No «estimula» la producción ni promueve los consumos y la expansión económica, no «responsabiliza» al poder industrial ni al obrero y, lo que es peor, los «burocratiza» por los «complejos» de que es responsable la «meritocracia», que, antidemocrática, impone «elecciones alienantes» en menoscabo de las «de fondo», las únicas que «culturalizan» sin diferenciar, ya que tienen tal impulso «promocional» que echan a todos en la única clase diferencial superviviente. Aquí se encuentran dos voluntades diversas y convergentes: la tecnocrática, consciente de que sólo puede mandar y dominar si la cultura creativa del pasado se convierte en letra muerta o documento para ejercicios filológicos y deja de producirse otra, dos seguros contra la ascensión de niveles superiores, o al menos contra una educación más difundida de la sensibilidad respecto a los valores, y siempre en favor de la retrocesión irreversible incluso de cuantos están dotados; y la voluntad de la masa, solicitada y favorecida por los mismos manipuladores de la sociedad del bienestar, para instaurar evaluaciones favorables a ella, de modo que haga de protagonista en las candilejas, y no porque se halle educada o formada —verdadero cometido de una democracia auténtica—, sino porque todo ha descendido al nivel del «hombre-masa» el que la tecnocracia puede dominar tranquilamente sin. el estorbo de las cabezas que sobresalen, difíciles de convencer, a no ser que se dejen corromper, de que la promoción del bienestar como tal sea el óptimum de felicidad. También el «hombre medios está destinado a desaparecer bajo las ofertas del mercado, ya que no deberá existir uno caito» y uno «bajo», ni el «primero» ni el «último», sino un solo tipo, para aplacar el «resentimiento» que protesta contra los méritos y las diferencias, y vendrá a menos también el rebaño, no porque sean todos leones, sino porque los pastores estarán al nivel de lo colectivo: y la asfixia de la cultura es completa. De este modo, los mitos proletarios de la igualdad, del humanitarismo, etc. explotados por la sociedad del bienestar, que se finge socialista para enervar el socialismo, cristiana para vaciar el Cristianismo —se finge todo, incluso pacifista para mejor vender armas, y también feminista para que la demolición de la mujer no sea privilegio de pocas— son reexhumados y nuevamente propuestos, no en una ideología nueva, sino como ingredientes de otra subdesarrollada, al alcance de los bien deseducados e inmunizados contra los virus de los valores y de la cultura que los revela como ofensivos de la igualdad entre los hombres y como fuerzas destructivas de la sociedad del bienestar. De aquí la desconfianza hacia quien «está por ver», que restablece desniveles intolerables; el odio hacia la cultura, que mortifica a la masa y es lujo inútil que pretende iluminarla a distancia; la guerra a la inteligencia por parte de la estupidez coalicionada, tosca, mezquina y vulgar; de aquí el desencadenamiento de la impiedad cultural. Lo mismo que es preciso abolir los privilegios de clase, dados por la detentación de la riqueza, fruto de la explotación del trabajo, no a través del desarrollo de la conciencia moral y religiosa, sino contra tal conciencia responsable de la explotación y en nombre de una ajusticia» entendida como derecho a todo de todos y de cada uno, por lo que nadie da nada (niente) a ninguno; lo mismo que la riqueza de pocos no debe ofender la pobreza de los muchos y debe ser redistribuida con fines sociales, pero dejándose a las espaldas la pobreza en el espíritu, así urge abolir el privilegio del pensamiento y de la cultura para la realización de la «democracia cultural». Si tal democracia es asechada por alguna cabeza caliente, que se la compre o se la aisle, se la desanime con el silencio o el desprecio, se la obligue a callar; que se prepare en hora buena una escuela de todos, donde la enseñanza sea «estructurada» de modo que las que nazcan no se rebelen; si después alguna es tan «dura» que resiste, siempre hay el buen precedente de la roca Tarpeya para los deformes de mente; tanto ganan los tecnólogos, los sociólogos, los pedagogos y los cibernéticos. A la tecnología y a la tecnocracia le basta la «cultura» mediocre, gris, incluso trivial, de la que la tecnología misma es fruto anónimo y poderoso: técnicos e inventores a nivel técnico lo pueden ser todos, como, al mismo nivel, cualquiera puede llegar a ser «experto» y burócrata; y quien nace para ser «científico» ha de ser reducido a «gran» tecnólogo pagándole bien; si no se corrompe, prívesele de las posibilidades de investigar. Así todos, sin estrujarse la cabeza, pero llenándose el cerebro de cálculos y métodos, pueden aspirar a un puesto en la bahía de Houston, obtener premios, éxito, popularidad, riqueza, o consolarse con el pensamiento de que quienes los obtienen son como ellos, aunque más afortunados; pero ninguno puede hacerse la ilusión de ser como Dante o Platón: todos aparecer y desaparecer, «máscaras prontas a destriparse al canto de «liberté, égalité, fraternité», con tal de permanecer un minuto más en el escenario, escuálidamente felices de tener muchas cosas en el olvido de ser y del ser, un mucho o todo que es nada (niente), pero que da satisfacciones . No ya la clase de los dadores de trabajo —poetas, filósofos, científicos, santos— y la de los trabajadores, sus glosadores o intérpretes, unos y otros necesarios para la cultura, que debe ser creativa, pero no puede carecer de conectivo cultural: una sola clase, la de los productores de «documentos» culturales al mismo nivel del lector, ya no ofendido por la autoridad del «clásico», y del intérprete que no tiene ya nada que interpretar ni que profundizar, él mismo autor de cultura; nadie hace mal papel y todos hacen el suyo, abolido el privilegio de quien emerge. No más «maestros», sino todos a hablar del más y del menos, de los hechos del día, de lo que interesa en este momento la categoría; no más cultura que marca las distancias, sino aquel tanto de aprendizaje útil y rentable, de modo que quien enseña y quien aprende sean «iguales» apenas el dis-cente ha aprendido cuanto le es necesario para un arte o un quehacer. Así, la masificación funciona a nivel cultural, y el quietismo a priori propio del hombre de hoy, que en el fondo ha renunciado a la lucha, la favorece. Dador de trabajo se llega a ser, pero lo llega a ser sólo quien nace para ello; trabajador se llega a ser solamente; el privilegio de nacimiento es abolido también en este campo, y por eso es necesario preparar cuidadosamente un ambiente familiar, social y escolar que opere como el Polo Norte sobre la rosa. A esta obra contribuye también el empleo de la riqueza en dirección única, en cosas de utilidad económica respecto a los fines de la expansión: no de obras que «duran», sino de las que «rinden» y dan trabajo para aumentar las posibilidades de adquisición y, por tanto, de consumo, que se hacen y se deshacen, se hacen y perecen. No hay banqueros o mercaderes que, además de hacer sus negocios, piensen en construir Florencia y Venecia, ni siquiera en conservarlas, ni príncipes que permitieran a Ariosto escribir el Furioso contentándose con un poco de incienso en alguna octava; y la Romanidad no consiste en los acueductos ni en las vías que, sin embargo, seguimos usando. Esta dirección no ahorra nada, ni siquiera las obras culturales cuyo fin primario no es el consumo o el éxito, sino el «consistir» como tales, el nacer vivientes de vida propia, «duraderas» por sí mismas. Mercancía de consumo al igual que toda otra, debe llegar a ser de masa, «confeccionada» para las grandes tiradas o para empleos de progreso económico, o, mejor dicho, prefabricada en «equipo» sobre asuntos de seguro éxito, con ingredientes bien dosificados, según una técnica que es cada vez más perfeccionada con la ayuda de la sociológica y psicológica. A quien se rebela frente a la violencia, se le aisla: nada de editores, nada de difusión con los medios de comunicación de masas; quien se rinde, se le aprisiona en el engranaje y, si tiene talento, se le estruja; en cambio, gana mucho y mucho se habla de él; después, el olvido y la rebelión y el odio contra la sociedad de quien, habiendo sido un fingido «cualquiera», no se resigna por vacío interior a ser aquel Don Nadie que en verdad, no obstante los fuegos fatuos, siempre ha sido. La impiedad cultural, consecuencia de la pérdida de la inteligencia del ser, eleva a principio el «pasar», negando todos los valores, la historia, que, como he escrito en otro lugar, no es «lo que pasa» sino «lo que queda», no lo que es de un tiempo, sino de todos los tiempos y a todos los agota: obsolescencia pura, corrupción y disolución de la cultura que no puede llamarse siquiera antihistoricidad, sino ahistoricidad del hombre reducido a cosa, a la especie que se reproduce, desierto de lo humano. Lo que se produce y envejece pronto se sustituye por algo ilimitadamente, y nada es completo, perfecto en sus límites: la litada no se sustituye, ni se le añade nada, no pasa: es. Y así el hombre de hoy, oprimido por la obsolescencia de lo que produce y trastornado por la aceleración del producir-consumir, trata de evadirse a un pasado que jamás ha sido tan bello como lo recuerda, o a un porvenir que jamás será tan bueno como lo espera; se esfuerza en conservar lo que inexorablemente se le va, para que dure todavía un poco, o se rebela y quiere destruirlo todo. El trabajo de los adeptos a la cultura se ha reducido a un «comentario» diario de las mudables sitúaciones, a la civilización tecnológica y a sus progresos sin sombra: tal como sopla el viento, vienen de allá y vuelven de acá; también la opinión pública está «persuadidas para juzgar los productos culturales no por el mérito, sino por las opiniones o humores políticos y sociales, según los esquemas artificiosos de «reaccionario» o «progresista», y al desgraciado que osa discutir, nadie le ahorra una campaña denigratoría o el silencio, terrorismo que provoca al mismo tiempo nuevas concesiones y nuevas actitudes protestatarías. Los llamados «intelectuales», con algunas excepciones, van a remolque de otras fuerzas, juegan cartas elegidas por los otros y se prestan al juego; juegan según ideologías ya manipuladas, se adaptan a lo que no nace de ellos; los llamados críticos han sustituido desde hace tiempo el juicio crítico por el comercial. También los científicos acaban por servir a la tecnocracia, pero son menos cortesanos que los literatos «sin letras», aunque no a la manera de Leonardo, si bien comienzan a pedir un poco más de húmame litterae y de profundidad filosófica, de pietas por la misma ciencia. Cometido de la verdadera cultura en cuanto formativa del hombre integral —y en este sentido cultura es libertad— es oponerse a la reducción de todo a la funcionalidad, rehusar la invasión y la violencia del mecanismo, no entrar en el engranaje, ser ella misma: producto del espíritu que, como tal, no puede y no debe someterse a cuanto le es extraño, y menos que nada a la extrapotencia y a la omnipresencia de la comercialización; y precisamente en esta oposición están su autonomía y a la vez su compromiso social. No se trata siquiera de anticonformismo, posición tan cómoda como el conformismo, que hace vivir bien y poetizar mal: el verdadero hombre de cultura jamás se dirige a propósito de esta o a aquella situación, a esta o a aquella alineación, a la masa o a la élite, aunque tiene en cuenta esto y lo otro, pero está todo en su obra creativa y le es extraña la mezquina preocupación de ir al paso con la realidad que le circunda. Ninguna obra de cultura, si lo es de verdad, se puede reducir a la práctica o puede aceptar su censura; si la acepta, ha nacido muerta. Pero incluso ser uno entre los mediocres sometidos, no a todos les va bien; y los vencidos, de muy inclinados, se hacen rebeldes y destructores, se desahogan con el pretexto de hacer la revolución, y todo queda como antes, inmóvil en su corrupción y en la impiedad, fajado de lugares comunes, de slogans publicitarios alejados del gusto, de la paradoja, del humorismo, en la ausencia del hombre sustituido por las cosas, todas insignificantes porque carecen del signo de la inteligencia. No es del todo verdadero que la sensibilidad cultural y civil de un hombre o de un pueblo se revele en tiempos de violencia manifiesta y por la resistencia que sabe oponer; se revela también en tiempos prósperos y más o menos tranquilos, por la resistencia que sabe oponer a la violencia oculta y sutil, a las opresiones maliciosas o doradas, al totalitarismo, el de hoy, que serviliza la cultura hasta suprimirla bajo la tiranía del consumo, más peligrosa quizá que las dictaduras políticas, que al menos provocan el ansia de la libertad y no adormecen. Esta sensibilidad no se ha rebelado, ha cedido; el Occidente, en efecto, estaba perdido desde hacía tiempo, y el Occidentalismo ha barrido las últimas resistencias. La tecnocracia, como tal, es antiliberal y reaccionaria, ideológica en los límites que ella impone para un «ordenado» progreso que favorece la eficiencia, confiada solamente en los robots, en los managers, en los técnicos y en los expertos: el Occidentalismo ha encontrado en ella su más plena expresión, el vértice de la corrupción para nada {mente), impresionado por los nuevos y fáciles entusiasmos ideológicos de Trotzski, Mao, etc., que sirven a su consolidación, siendo promotores de una escatología totalmente mundana, de un profetismo terrestre, de un retorno de los viejos mitos del humanitarismo y del pacifismo, que son cosa muy distinta del amor por la humanidad y por la paz, son radical escepticismo coincidente con el nihilismo o la pérdida de los valores, vendidos por el solo valor de la vida, que no es sacrificada, ni siquiera subordinada, a nada. Pero precisamente esto, con el humanitario pretexto de vencer el hambre en el mundo en un momento en que el Occidentalismo no sabe cómo resolver el problema de la supervivencia de los pueblos «desarrollados» ante las calamidades producidas por su mismo desarrollo, da nuevo impulso a la expansión y a la eficiencia, nuevo poder a la sociedad del bienestar, que continúa procediendo según el «método de la reducción a», propio de la egoidad por odio; y, sin el principio de la dialéctica de los limites, propio de la alteridad por amor, la impiedad continuará su obra de destrucción incluso del valor económico, que tiene valor si está signado por el límite del ser.

Capitulos anteriores:
- La inteligencia y el límite

lunes, 8 de octubre de 2012

Ladislav Novák

Ladislav Novák: nació en 1925 en Turnov (Bohemia). 
Estudió en la Universidad de Praga.


Desde 1964 ha publicado poemas en revistas concretas de vanguardia en todo el mundo.
Murió en 1999.


Tracks 1, 2: From the LP Futura Poesia Sonora (Cramps Records, Milan)
Track 3: from ? Concrete Poetry

 Desde la Segunda Guerra Mundial ha habido un resurgimiento extraordinario de las investigaciones de la poesía visual, con el que los Futuristas italianos y rusos y los dadaístas habían experimentado. El suizo Eugen Gomringer y, al mismo tiempo, el grupo "Noigandres" en San Pablo, Brasil, han desarrollado la teoría de la poesía concreta. Uno de los poetas más interesantes de este tipo que emerge es el checoslovaco Ladislav Novák. Concrete poetry - Poesía concreta, que puede ser tomado para referirse a todas las obras poéticas relativas a la visualidad poética - requiere la revelación de los valores semióticos de la escritura, es decir, la construcción de una arquitectura del texto, un verbotecture, que se ha encontrado una correspondencia en eslóganes publicitarios. Estos valores plásticos tienden a diferencia de los valores fónicos y por esta razón algunos autores consideran que les corresponde llevar a cabo investigaciones paralelas en el campo del sonido puro. Este fue el caso de Franz Mon y Ferdinand Kriwet en Alemania, Lora-Totino en Italia, Bob Cobbing en Inglaterra y también de Ladislav Novák. Desde 1970, Novák, aprovechando las facilidades técnicas que ofrece la Radio Sueca y el grupo Fylkingen, ha producido una serie de composiciones sonoras que le han ganado un alto rango entre los poetas verbophonic. Sus intentos sónicos se fundaron los primeros casi por completo de la onomatopeya: "Little bird in the cables of the steel city", "Awake", "Aviators", y por lo tanto estaban relacionados con los experimentos futuristas. Sus obras más recientes, sin embargo, revelan el espíritu irónico de la literatura checa. En "La vida humana", una frase en latín - "Festina Lente, spero venientibus ossa" - se repite de manera obsesiva con cadencia litúrgica crea una atmósfera similar a la de "ceterum Autem", presentado aquí. En "Les Alouettes Miroires aux" (1970) los tejidos de los ecos componer una sátira sutil sobre la función social de la poesía. "La Structure phonétique de la lanc tchèque" es un poema construido mediante la técnica de permutación: se pretende que un equipo está llevando a cabo un programa de investigación de la estructura fonética del idioma checo.

domingo, 7 de octubre de 2012

Adolphe Jourdan

Arte Acamico
 ...Adolphe Jourdan (Francia): 1825-1889
  
 Entendemos por arte académico aquel estilo artístico producido bajo la influencia de universidades o academias europeas. Específicamente, el arte académico es el arte y artistas influenciados por las normas de la francesa Académie desde beaux-arts, esta influencia se nota en movimientos como el Neoclasicismo y Romanticismo, y el arte que es prolongación de estos dos movimientos, el intento para sintetizar ambos estilos y que se refleja mejor por las pinturas de William-Adolphe Bouguereau, Thomas Couture, y Hans Makart

( Click sobre las imágenes para ampliar )

El academicismo es una corriente artística que se desarrolla principalmente en Francia a lo largo del siglo XIX y que responde a las instrucciones de la Academia de las Artes de Francia y al gusto burgués. No deja, sin embargo, de ser una degeneración del Clasicismo. Se huye del realismo (eso es, de los aspectos más desagradables de la realidad), pero carece de la grandeza del Clasicismo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Territorios del Arte Contemporáneo # 31

Post-Modernidad

Un recorrido sonoro a través de los Territorios del Arte de la Post-Modernidad.
 

- El artista: Post-Moderno desarrolla un nuevo lenguaje, de intensa subjetividad, combinando formas históricas y modernas con referencias internacionales y regionales sin ninguna limitación; el artista se expresa ahora como desea, con entera libertad, en un territorio donde “todo vale”.