viernes, 29 de diciembre de 2006

Tributo contemporáneo hacia Altamira

Titulo: Altamira
Técnica: Acrilico s/Lienzo
Medidas: 1,75 x 1,75 X 3 mts
Año: 2005

Cuando pensamos en la Prehistoria no podemos evitar que se nos vengan a la mente imágenes de animales pintados en las paredes de una caverna, de hecho, la mayor parte de las veces son las representaciones de las mundialmente famosas Cuevas de Altamira las que encarnan ese arquetipo. Y la razón es muy lógica, de los escasos restos que nos han llegado de aquella remota época, los de las cuevas cántabras son uno de los ejemplos más bellos e ilustrativos de lo que debió ser la manera de vivir y pensar de nuestros antepasados. No en vano se les ha concedido el apelativo de "Capilla Sixtina del Arte Cuaternario".
Altamira se encuentra en el municipio de Santillana del Mar, a unos 30 kilómetros al oeste de Santander, y su descubrimiento fue realizado por casualidad en 1868 por Modesto Cubillas mientras cazaba con su perro. Este aparcero le comunicó el hallazgo a Don Marcelino Sanz de Sautuola, para quien trabajaba, quien poco después publicaría un artículo titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander donde defendía que se trataba de escenas prehistóricas.
La polémica que originó este estudio llegó al límite de ser acusado por otros investigadores de haber falsificado las pinturas. Les parecía poco probable que los colores se hubieran conservado con tanta nitidez, por no mencionar que se consideraba imposible que el hombre primitivo fuera capaz de llevar a cabo un trabajo tan excepcional.
De manera que Santuola y los colegas que apoyaron su tesis fueron objeto de un despiadado ataque por parte de científicos franceses y españoles. Pero con el paso de el tiempo otras cuevas similares fueron descubiertas en el sur de Francia, cuevas cuyas pinturas empezarían a poner en tela de juicio el supuesto fraude de Santuola. Las pinturas de Altamira no serían finalmente aceptadas como antiguas hasta principios de la centuria siguiente (en gran medida gracias al Abate Breuil) y el reconocimiento sólo le llegaría a Marcelino después de su muerte.
Las imágenes se encuentran grababas o dibujadas en las paredes y techo con pigmentos minerales ocres, marrones, amarillentos o negros, mezclados con aglutinantes como la grasa animal. Se aplicaron con los dedos, con algún utensilio a modo de pincel y en ocasiones soplando la pintura a modo de aerógrafo. También se usó el carbón vegetal para perfilar los bordes. Lo primero que llama la atención es el asombroso realismo de las imágenes, las más bellas realizadas en la cúpula de la galería central. El bisonte es el animal que más veces aparece representado, aunque también hay caballos, ciervos, jabalís, mamuts, renos (animales propios de climas muy fríos que en la actualidad están extinguidos en Europa) figuras antropomorfas y diversos símbolos. Aparecen representados de manera independiente, no formando escenas y ocasiones se han aprovechado los abultamientos de la roca para conferir volumen a las formas. Tal es el caso del bisonte encogido, una de las imágenes más conocidas, que fue concebido en esa postura para coincidir con un resalte rocoso y que destaca por su enorme verosimilitud.
Los elementos representados pertenecen a diversas épocas. Se cree que las pinturas más antiguas son las rojas, sobre las que se añadieron otras negras. Más tarde se pintarían las polícromas rodeadas nuevamente de imágenes negras.
Pero quizá lo más sorprendente de las pinturas sea su expresividad, conseguida no tanto por una imitación exacta del modelo como por una extraordinaria habilidad para utilizar las manchas de color y las líneas, consiguiendo dotar a las figuras de una fuerza y un naturalismo que aún hoy nos resultan difíciles de mejorar. Los artistas (porque no se puede calificar de otro modo a los artífices de semejante maravilla) que las llevaron a cabo supieron hacer uso de los juegos de sombras y de la perspectiva, como se puede comprobar en la imagen de la cierva, modelada con un magistral cromatismo. Otra de las representaciones más emblemáticas es la del caballo, como el resto de los animales, dibujado con un gran detallismo anatómico.
Sobre el significado de estas escenas o las posibles intenciones de los hombres que las concibieron existen muchas interpretaciones. Pudiera haberse tratado de un santuario religioso, o de la representación de una batalla simbólica entre dos clanes, encarnados por la cierva y el bisonte. Acaso sean los ritos de fertilidad lo que se plasmó en las paredes y techo de la cueva, o ceremonias para propiciar la caza (se pintarían los animales que más tarde serían cazados). Incluso se ha manejado la hipótesis del "arte por el arte", que abogaría por una utilidad meramente estética.
Pero sea cual fuere el propósito de nuestros antepasados al decorar así el interior de las Cuevas de Altamira, lo que es seguro es que no contaban con suscitar una admiración semejante a la que nosotros sentimos hoy día al contemplar la vida palpitante de esas figuras magníficas.