Serie: 1/4
Medidas: 81 x 65 ctm
Técnica: Mixta; s/Lienzo
Año: 2008
... en los cuadros modernos, nos asombramos de las tendencia general de los artistas a vestir a todos los modelos con trajes antiguos. Casi todos se sirven de las modas y de los muebles del Renacimiento, como David se servía de las modas y de los muebles del romanos. Hay sin embargo una diferencia, y es que David, al escoger temas particularmente griegos o romanos, no podía dejar de vestirlos a la antigua, mientras que los pintores actuales, que eligen temas de una naturaleza general aplicable a todas las épocas, se obstinan en disfrazarlos con trajes ridículos de la Edad Media, del Renacimiento o de Oriente.
La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable. Ha habido una modernidad para cada pintor antiguo; la mayor parte de los bellos retratos que conservamos de los tiempos pasados visten trajes de su época. Son perfectamente armoniosos, porque el vestido, el peinado e incluso el gesto, la mirada y la sonrisa forman un conjunto de una vitalidad completa. Suprimiéndolo, se cae forzosamente en el vacío de una belleza abstrácta e indefinible, como la de la única mujer antes del pecado original. Si el traje de la época, que se impone necesariamente, es sustituido por otro, se produce un cotrasentido que no es excusable sino en el caso de una mascarada exigida por la mod. Así, las diosas, las ninfas y las sultanas del siglo XVIII son retratos moralmente parecidas.
..para que toda modernidad sea digna de convertirse en antigüedad, es preciso que sea extraída de ella la belleza misteriosa que la vida humana involuntariamente aporta. Es a esta tarea a la que se dedica particularmente el Sr. G.
En semejante materia, sería fácil e incluso legítimo razonar a priori. La correlación perpetua de lo que llamamos el alma con lo que llamamos el cuerpo explica muy bien cómo todo lo que es material o efluvio de lo espiritual representa y representará siempre lo espiritual de donde deriva. Si un pintor paciente y minucioso, pero de imaginación mediocre, teniendo que pintar una cortesana de nuestro tiempo, se inspira (es la palabra consagrada) en una cortezana de Tiziano o de Rafael, es inifintamente probable que haga una obra falsa, ambigua y oscura. El estudio de una obra maestra de ese tiempo y de ese género no le enseñará ni la actitud, ni la mirada, ni la expresión, no el aspecto vital de una de esas criaturas que el diccionario de la moda ha clasificado sucesivamente bajo lo títulos groseros o jocosos de impuras, de jóvenes mantenidas, de cortesanas y de queridas.
El Sr. G., dirigido por la naturaleza, tiranizado por la ciscunstancia, ha seguido una vía del todo distinta. Comenzó contemplando la vida, y no se preocupó sino tarde por aprender los medios para expresar la vida. El resultado es una originalidad impactante, en la que lo que puede quedar bárbaro y de ingenuo aparece como una nueva prueba de obediencia a la imresión, como un halago a la verdad. Para la mayoría de nosotros, sobre todo para los hombres de negocios, para quienes la naturaleza no existe más que en función de la utilidad que puede prestar a sus negocios, lo fantástico real de la vida está singularmente embotado. El Sr. G., lo absorbe sin cesar; tiene la memoria y los ojos llenos de él.
Ver otros fragmentos de la misma serie: 1 - 2 - 3 - 4
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