sábado, 19 de julio de 2008

De conversaciones...

..."Fue en esa época cuando viví dos experiencias que me marcaron para toda la vida y, en ese momento, me conmovieron profundamente. Una fue la exposición de Moscú de los impresionistas franceses, sobre todo el "Montón de Heno" de Claude Monet; y la otra, un concierto del Lohengri de Wagner en el teatro Real.


Hasta entonces sólo conocía el arte realista, concretamente el ruso. Solía quedarme mirando fijamente la mano de Franz Liszt en el retrato de Repin, y cosas por el estilo. Pero de repente vi un cuadro por primera vez. Aunque el catálogo se decía que era un montón de heno, no puede reconocerlo, lo que me resultó embarazoso. Pensé que el artista no tenia ningún derecho a pintar de forma tan poco clara.


Me molestó que faltara el objeto. Pero, asombrado y confuso, me di cuenta de que el cuadro no sólo cautivaba, sino que se grababa en la memoria pasando siempre ante mis ojos inesperadamente, con todos sus detalles. Todo me resultaba incomprensible y no fui capaz de adivinar las consecuencias de aquella experiencia. Sin embargo, lo que me resultaba era que la fuerza insospechada de la paleta, desconocida hasta entonces para mi, sobrepasaba todos mis sueños. La pintura irradiaba fuerza y esplendor de cuento de hadas. Inconscientemente se desacreditaba al objeto como elemento pictórico inevitable. En definitiva, tuve la sensación de que una pequeña porción de mi Moscú de ensueño vivía bellamente en el lienzo.


Lohengrin, por su parte, se pareció encarnar completamente ese Moscú mío. Los violines, las notas profundas del contrabajo y sobre todo los instrumentos de viento, encarnaban la fuerza de una hora decisiva, cargada de grandes acontecimientos. Aparecieron ante mi todos mis colores y se dibujaron líneas desenfrenadas, casi enloquecidas. No me atreví a decirme a mi mismo que Wagner había pintado "mi hora" en música. Pero resultó claro que el arte en general tiene más fuerza del que yo creía, y además que la pintura podía desarrollar poderse de la misma naturaleza que los musicales. Y la incapacidad de descubrir por mí mismo esos poderes, o cuando menos, salir a buscarlos, hizo más amarga mi renuncia.


Conversación de Kandinscky con Gabriele Münter, en un viaje a Tunez - (1905).

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