martes, 21 de junio de 2011
Pierre Louÿs
Afrodita
Era alto, delgado, enfermizo. Moralmente bueno, sencillo, generoso, impresionable, altivamente desprendido, piadoso, apasionado. Amaba la música y la pintura, idolatraba la poesía y era diestro en todas estas artes. Su norte fue siempre la Belleza. Suavemente epicúreo, en el buen sentido de esta palabra, supo unir los goces físicos y los espirituales en purísimo lazo. («La sensualidad —decía— es la condición misteriosa y creadora del desenvolvimiento intelectual.») En su alma grande de artista, el idealismo y el sensualismo mezclados, abrieron la flor de un misticismo tanto más ardiente cuanto más humano. Vivir para escribir, realizar siempre la Belleza, tomarla como guía y como fin, rendirla culto apasionado, ser su sacerdote, pensar, ver, contemplar, amar cuanto era digno de ser amado, hasta el lirismo: tal fue su ideal, su sueño constante. Sintiendo y queriendo así, se comprende que el mundo moderno, feo, bárbaro y antiespiritual que le hastiaba, llegase a repugnarle. Su espíritu infinitamente elegante, profundamente helénico y al mismo tiempo hondamente cristiano en lo que esta palabra entraña de puro, sencillo, fraternal y humano, se caracterizaba, como él mismo hace notar, por la violencia de sus entusiasmos y la serenidad de sus contemplaciones.
Su obra, de un arte, una delicadeza y una pureza perfectas, salvo para los que de espíritu corrompido fingen una moralidad falsa ajena a todo espíritu artista, claro y honrado es, en casi su totalidad, un canto ardiente y entusiasta a la magnífica hermosura griega. Su libro más leído es «Afrodita». Son también bastante conocidos «La mujer y el pelele» (admirable evocación de costumbres españolas) y «Las aventuras del Rey Pausole». Tiene cuentos magníficos, entre ellos. «Una voluptuosidad nueva», y poesías delicadísimas. Pero su obra maestra es «Las canciones de Bilitis».
Cuando el tiempo depure las glorias literarias del pasado siglo y haga su revisión demoledora de los autores y de sus creaciones, «Bilitis» quedará como una de las gemas más puras de la brillante centuria.
Todo es en este libro tan poético y tan emotivo, que en verdad puede decirse de él que es una joya de las letras. La gracia sonriente y dulcísima de sus Bucólicas, el ardor apasionado y sombrío de sus Elegías y la viva y punzante agudeza de sus Epigramas tienen un sabor tan puro, tan helénico y tan delicioso, que es difícilmente superable.
Sin embargo, estas admirables canciones no han sido aún suficientemente estimadas. Y es que. lo verdaderamente bueno, no suele ser en arte lo más fácilmente admirado, salvo por los espíritus selectos. Hombres tan ideológicamente distintos como Charles Maurras y Anatole France. decían de ellas lo siguiente, el primero no obstante sus ideas profundamente conservadoras y sus tendencias invariablemente católicas pero profesando siempre, como hombre de inteligencia honrada, el «Amicus Plato sed magís árnica veritas», a propósito de una crítica injusta aparecida en una revista ultraderechista: «Cuando una joya como ésta es tachada de inmoral, no se puede menos de pensar a qué grado de perversidad espiritual y de moral hipócrita pueden llegar ciertos hombres pretendiendo defender aquello que jamás es atacado por el verdadero arte» y Anatole France: «¿Qué quedará de la producción literaria de este.
Por eso, estas Canciones no han sido, por fortuna, pasto de todos los espíritus. Son demasiado delicadas, demasiado emotivas, sobradamente perfectas para sentirse bien llegadas en todas las manos. A mí me recuerdan (bien que no coincidan sino en la altísima y delicada emoción artística que producen), otro libro extraordinario también, todo emotividad, todo poesía, todo belleza como ellas. Un libro que quedará como hito admirable que plantó su autor el pensil de la poesía, que acertó a cultivar un día. afortunado, y el de la posterior extravagancia: «Platero y yo.»
Ambos libros tienen, asimismo, un mérito común: el ser pruebas vivas y palpitantes de cómo la más pura poesía se ha manifestado muchas veces en prosa.
Pierre Louys dedicó «Bilitis» «respetuosamente a las jóvenes de la sociedad futura», con la esperanza de que gustasen más estas Canciones que sus contemporáneas. Estaba seguro de que el amor a la belleza pura iría aumentando al disminuir la necesidad de hipocresía.
Lector infatigable, murió en París el año 1925.
* Palabras, a modo de prólogo, de la primera edición del año 1930.
J.B.B.
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