También suele acontecer a la inversa, que muchos historiadores de arte, activos como críticos, comisarios, museógrafos, galeristas, anticuarios o marchantes, consejadores y restauradores, olvidan que las piezas son signos culturales y documentos históricos, y valoran más su aspecto material como producto comerciable.
La ambivalencia de las piezas artísticas no debe provocar esta disyuntiva entre el aspecto material y el aspecto estético de los objetos que constituyen el patrimonio cultural. En los departamentos de las facultades universitarias se atiende mucho más al aspecto teórico e histórico del arle, que al conocimiento de las materias, las técnicas y los procedimientos con los que estos objetos se hacen. Basta con observar los programas, antes asignaturas y ahora en forma de créditos, para detectar estas deficiencias.
Al conservador del patrimonio, a diferencia del historiador de arte, le interesa más la consideración de la obra de arte como un objeto material, aunque sin olvidar su aspecto histórico, estético y cultural, que lo elevan a la categoría de objeto de arte. Pero para precisar cuáles son los objetos que componen el patrimonio, debemos saber qué entendemos por objeto artístico, ante la polivalencia de significados que se conceden a este término. El vocablo arte tiene un doble sentido: el arte como actividad y el arte como objeto producido; el arte y la obra de arte. Preferimos llamar objeto artístico al segundo y oficios artísticos al primero, para evitar confusiones entre la actividad creativa del arte y el objeto creado.
1. El arte como actividad
Si hiciéramos una recopilación de definiciones del arte, el resultado sería desbordante en cuanto al número de ellas, porque el elenco sería ilimitado. ¿Qué filósofo, poeta, artista, crítico, historiador, estudiante o amante del arte no se ha formulado esta pregunta y obtenido a su manera una respuesta? Eso demuestra la dificultad de definir una actividad tan abstracta como cualquier idea (G. Dörfles, Las oscilaciones del gusto, 1970; Y. Eyot, Génesis de los fenómenos estéticos, 1978)
El arte, como actividad creativa, suele definirse en relación y referencia con la naturaleza; como oposición a la naturaleza; como complemento de la naturaleza; como imitación de la naturaleza. Pero incluyendo la actividad y lo producido.
Según este criterio sólo existen dos cosas: lo natural y lo artificial. Lo natural sería lo que existe con independencia del trabajo y de la habilidad productiva del hombre; lo artístico sería todo lo que el hombre produce, con inteligencia, técnica, ciencia y trabajo. Se podría hablar de arte natural y arte cultural (J. Alcina Franch, Arte y Antropología, 1982).
Frecuentemente se señala como cualidad propia de los objetos artísticos la originalidad, entendida como singularidad del objeto o no multiplicación numérica de la obra: unicidad. En realidad, es un criterio comercial que afecta más al valor económico del objeto que al artístico.
El principio de originalidad interviene en el campo de la valoración artística o estética con la problemática de las réplicas, copias, imitaciones o falsificaciones, tema importante en el campo del comercio del arte y de la conservación del patrimonio. También hace referencia a una cuestión que desde W. Benjamín se denomina la «reproducibilidad técnica de la obra de arte», o la multiplicación de un original en ejemplares, característico de las técnicas modernas y contemporáneas de multiplicación (W. Benjamín, «La obra de arte en la época de la reproducibilidad técnica», en Discursos interrumpidos I, 1973).
En realidad, la reproducibilidad se ha dado siempre y de muchas formas: monedas, terracotas, sellos, cerámicas; xilografías, aguafuertes, litografías, imprenta; fabricación mecánica de utensilios (siglos XVII, XVIII...); molduras, adornos; fotografía, cinematografía; medios electromagnéticos y electrónicos; vídeo, láser...
Los medios de producción o técnicas hacen cambiar las artes y su concepto, lo cual es muy importante para comprender el arte contemporáneo. Los objetos multiplicados pierden el «aura» de la unicidad y su fetichismo, pero no por ello pierden su originalidad. Las obras nacidas para ser multiplicadas técnicamente —grabado, vídeo, fotografía— prescinden de la unicidad y se manifiestan como artículos de uso y consumo: nadie piensa en el primer ejemplar cuando adquiere un objeto de éstos. Ello provoca la revalorización de la ma-nualidad productora de ejemplares únicos, elevándolos a cotas de valor económico increíble, mientras que los objetos multiplicados, copias o ejemplares de uso y consumo, se devalúan. Los primeros van a las colecciones y a los museos, y los segundos al contenedor de la basura cuando han perdido el valor de uso. Es que el aura de la unicidad se valora sobre la esteticidad o artisticidad de los objetos. Por eso, cada vez que en las técnicas artísticas se origina un cambio de posibilidades multiplicativas, y su consecuente democratización de uso y consumo, se produce una reacción por parte del comercio del arte hacía una clasificación de valores más difíciles de conseguir manualización, formas críticas que ponen en cuestión las vigentes, tendencias justificadas con nuevas teorías, apreciación de nuevos códigos experimentales (ismos, vanguardias), novedades alternativas que activen el mercado y el coleccionismo. Por eso, el arte actual es más un proceso de generación de formas que una técnica o procedimiento de creación.
También por ello interesó siempre diferenciar las bellas artes de los oficios: éstos desaparecen ante la técnica, la industria y la tecnología; aquéllas deben mantenerse en el nivel de un proceso mental, teórico y manual (J. A. Ramírez, Medios de masas e historia del arte, 1976).
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